Ignacio Ondargáin
NACIONALSOCIALISMO. Historia y Mitos
Los Guardianes de la Sangre Eterna
LOS GUARDIANES DE LA SANGRE ETERNA
En este artículo extractamos un capítulo del libro “Hitler, el elegido del Dragón” de Jean Robin. Ajenos a cualquier tipo de idea política coyuntural,
hemos limitado el contenido del texto a la esencia de la cuestión, desdeñando cualquier tipo de comentario o simple opinión
política a la que, en más de una ocasión, hace alusión Jean Robin.
Trata el texto sobre la siempre interesante función de la sangre
como vehículo del espíritu, vínculo o puente entre la realidad material y el espíritu. Es necesario fulgurarla y encenderla
(la sangre), para darle vida como manifestación del espíritu en este mundo .
Los misterios de la sangre constituyen el substrato de la mitología
de nuestros más antiguos antepasados. Vamos a tratar de situarlos en su dimensión correcta, para lo cual hemos de conseguir
separarlos de las prácticas degeneradas que habrían de surgir con el tiempo.
Veamos a este propósito lo que escribe el académico francés Jean
Guitton en su Portrait de Marthe Robin (Ed. Gasset et Fasquelle, 1985):
“Como todos los símbolos,
el de la sangre es enigmático, ambiguo, y puede convertirse en equívoco (...) El mito de la sangre, por el pensamiento de
la sangre, se metamorfosea en misterio de la sangre (...) ¿Y qué es ese torbellino líquido de la sangre que nos une al cosmos,
lo mismo que nos une a nuestra raza y a nuestras herencias? (...) He oído decir a Jean Bernard que la sangre es un fuego líquido,
la medida del tiempo en nuestros cuerpos, el piloto de nuestras historias efímeras.
En el castillo de Krasznahorka,
en el norte de Hungría, se exhibe el cadáver intacto de una antigua señora del lugar, Zsofia Seredy, que “duerme”
desde hace más de doscientos años. De vez en cuando, su traje se deshace, convertido en polvo, y hay que revestirla con un
nuevo traje negro, pero ella es imperecedera. También es curioso advertir que tiene el antebrazo derecho un poco alzado y
que hace un signo con el dedo (...) Por este signo se reconoce a los adeptos de la antigua magia turca a la que hacía referencia
Von Sebottendorf, gran maestre de la Orden de Thule. El índice levantado corresponde al fuego. Von Sebottendorf precisa, efectivamente
que “conjugada la A –que hace nacer el elemento líquido–, la Y –que se obtiene con el índice tendido–
permite al discípulo franquear los límites de la muerte sin perder la consciencia. Esperar la inmortalidad”.
Nos encontramos aquí, la vivencia ancestral del misterio al que
se refiere Jean Guitton cuando describe “la relación de la sangre con el fuego.
(...) Es el fuego del espíritu el que insufla la vida a la sangre, troncándose esta sangre en llama, se convierte en el principio
de un mundo nuevo...”
Cristof Steding escribía en 1938 que “para que una nación o una raza alcance el plano superior al que corresponde la idea del Estado o del Imperio,
tiene que ser sellada y transformada por el “rayo de Apolo”, por el fuego de las alturas (...). La sangre necesita
esta fulguración fundamental, esta transformación, esta transmutación que la lleva de los oscuros vínculos telúricos al plano
superior del espíritu donde se cumple y se realiza el ser imperial, la vida política de dimensiones planetarias”.
El color verde acompaña siempre a la búsqueda de la inmortalidad.
Color tradicional de los dragones, asimilados a los guardianes del umbral, es el símbolo de la eterna juventud. El verde remite
también al conocido “Rayo Verde” del que Jean-Louis Bernard (Aux Origines de l’ Egipte), nos dice que “fue uno de los secretos de los templos egipcios (...) Al parecer tenía como efecto
estimular las células sanas, conduciéndolas a la mutación, pero también acelerar la degenerescencia de las células enfermas.
(...) La diosa verde Hathor Sekhmet (la bebida de esta diosa es la cerveza) concentra la fuerza divina en un “rayo verde”,
que es la esencia de la vida biológica en todos los reinos de la naturaleza”.
El rayo verde se halla presente en “La raza futura” de Bulwer Lytton, miembro eminente de la Societas Rosicruciana in Anglia, de la que
nacerá la Golden Dawn. Llamado también Vril, el poderoso rayo es una posesión de la raza subterránea “agártthica”.
La entidad más esotérica del Islam se denomina El Khidr, es decir,
el Verdescente, que se abreva en la “Fuente de la Inmortalidad” y que se caracteriza por su ubicuidad y su trascendencia
con respecto al tiempo y al espacio. Pero lo más interesante se encuentra sin duda en el Iskender Nameh de Nizami. En efecto,
El Khidr (el verde) enseña a Alejandro Magno que “de todos los países, el mejor
es la Tierra Sombría, donde existe un Agua que da la vida” y que “la
fuente de ese Río de la Vida está al norte, bajo la Estrella Polar”. A. K. Coomarswamy, que cuenta esta leyenda
persa, precisa que “el reino de El Khidr “se conoce con el nombre de Yuh
(...). Está situado en el Extremo Septentrión”.
Palabras a las que hacen eco las líneas siguientes de Jean Parvulesco:
“En un texto iniciático fundamental, puesto que se trata de las instrucciones
de Abdul Fazl a Hassan, hijo de Sabbah, más conocido este último como el Viejo de la Montaña, gran maestre oculto de la Orden
de los Hassasin, está escrito: “¿Te acuerdas?. Te he hablado de una montaña,
completamente al Norte. Voy a decirte cómo llegar a ella. Tendrás que andar mucho tiempo. Pero incluso antes de que la alcances,
los verdaderos amos del Irán serán avisados y te esperarán”. Los “verdaderos amos del Irán” son los
Señores de Ariana (Patria de los Arios), los Señores del Imperio.
Los misterios egipcios establecen un lazo directo entre la sangre,
la inmortalidad... y el Polo. Para Plutarco, lo mismo que para la tradición griega, la Osa Mayor (Arktos) es la morada de
Set-Tifón.
Martin Bormann dice que “prácticamente
no existe la muerte. No hay extinción total del hombre. Debemos afirmar el principio de que todo Despierto continúa viviendo
indefinidamente en sus manifestaciones vitales”.
Es, en efecto, con este estado sutil o etéreo de la materia a
que se refiere Bormann con lo que hay que relacionar todos los fenómenos del desdoblamiento. La tradición hindú llama a dicho
estado Taijasa, porque tiene la misma naturaleza que el elemento ígneo, el fuego (tejas), a la vez luz y calor. Mediante un
simbolismo que define bien la jerarquía existente en el mundo que los ocultistas llaman Astral, las tradiciones islámicas
precisan que Dios creó a los ángeles a partir de la luz del fuego, a los genios de su calor y a los demonios de su humo.
El cuerpo físico está en contacto con el mundo astral –a
la vez luz y calor– gracias al sistema nervioso y a la sangre. En efecto, la luz tiene su sede en el sistema nervioso;
el calor tiene su sede en la sangre. Así se comprenden ciertos fenómenos luminosos que rodean a los mediums durante las sesiones
espiritistas y que van incluso hasta la exteriorización de una substancia etérea, de halo luminoso. Explica también las sensaciones
físicas de frío experimentadas por estos mismos mediums con ocasión de su fuerza
nerviosa. Puede padecerse desgaste del sistema nervioso y, en su caso, trastornos físicos.
Este estado sutil, polarizado en luz y calor, da cuenta de los
fenómenos no explicables, ya procedan de los vivos o los muertos. Situado inmediatamente más allá de la materia, permite igualmente
explicar los fenómenos estudiados por la parapsicología. Y, repitámoslo, el cuerpo astral, el doble del ser, pertenece a este
universo de la materia trascendente o no captable fácilmente por los sentidos físicos. Por ejemplo, una persona, al transferir
su consciencia a este estado (no sometido ya al espacio-tiempo ordinario), puede exteriorizarse en un lugar de su elección
y condensar en él una apariencia corporal correspondiente a la imagen que mentalmente proyecta.
La antigua religiosidad europea pre-cristiana, tenía esta visión
del mundo y dio la debida importancia al desarrollo de estas capacidades, con iniciaciones duras, largas y no exentas de peligro.
Siempre existe el riesgo de disociación total entre el doble y el cuerpo. En las sociedades “paganas”, se buscaba
mediante estos estados el contacto con los dioses y los antepasados.
El cuerpo astral, o el doble, por mucho que se haya alejado de
su prisión de carne, continúa unido a ella por una especie de cordón umbilical muy tenue. Si se rompe, se produce la muerte
inmediata, como sucede tras una rotura de aneurisma. Durante el sueño, el cuerpo astral se exterioriza de forma natural. Agotado
por el gasto de energía nerviosa sufrido durante el día, se inmerge en el océano astral, a fin de aprovisionarse en él de fuerzas nuevas. Pero salvo excepción, apenas se aleja de sus “restos”
físicos.
Es necesario haber endurecido y templado el cuerpo y las emociones
para poder acceder de forma consciente a estos estados. De otro modo, las consecuencias pueden ser terribles: posesión, locura
o muerte.
La Orden del Dragón ha tenido diversas apariciones a lo largo
de la historia, actuando siempre de forma oculta. Sigismundo de Luxemburg, rey de Hungría en 1387 y Emperador de Alemania
de 1411 a 1437, crea la Orden del Dragón en 1418 para defender Europa de la invasión turca. El Príncipe Vlad IV de Valaquia
formó parte de ella y pasó a la posteridad con el nombre de Drákula, el Hijo del Dragón. Del Dragón Verde, que simboliza el
cuerpo astral o doble y que es el guardián de la sangre eterna, del fluido vital. En la saga nórdica, Siegfried mata al Dragón
apropiándose con su sangre de sus poderes, incluso de la inmortalidad.
La Orden del Dragón es vehículo transmisor de misterios antiguos
entre los que encontramos el Primer Egipto, cuando los divinos fundaran y levantaran aquella civilización “venida de
las estrellas”. Su “biblia” es un tratado titulado “La Magia Sagrada de Abramelín”, nombre que
puede traducirse por “Padre de las arenas”. A Egipto acudió a instruirse el autor de “La Magia Sagrada”
(e iniciador del Emperador Sigismundo). Veamos tal como él lo cuenta, las consideraciones que le hizo su maestro Abramelín:
“Te doy y te permito
practicar esta ciencia sagrada, que habrás de adquirir respetando las leyes de estos dos pequeños cuadernos, sin omitir la
menor cosa, por inimaginable que pueda parecer. Te servirás de la Ciencia Sagrada para recuperar tus antiguos poderes y convertirte
de nuevo en un dios inmortal, vencedor de la Vida y la Muerte. Entonces la Sombra (el doble astral) no podrá nada contra ti, porque te habrás convertido en amo de la Sombra y penetrarás en la cadena de sombras que
pueblan la Eternidad. No ofrezcas esta Ciencia más que a aquellos cuya mirada pueda afrontar la oscuridad sin temblar, a aquellos
cuyo corazón es lo bastante fuerte para sostener la inmensidad y la eternidad sin ceder bajo su carga. (...)
Otros vendrán que recogerán la antorcha, para llevarla cada
vez más lejos, a través de los mundos, en el nombre del Señor Supremo Portador de la Piedra Sagrada (la esmeralda del Grial
que vio Alejandro). Que la curiosidad no te empuje a querer saber las causas de todo esto, a menos que tu corazón sea suficientemente
firme para acoger la vida infinita en sus más vastos límites. Observa entonces que nos ven tan malvados que nuestra orden
se ha vuelto insoportable no sólo para el mundo, sino para los dioses a los que los hombres adoran”.
El tratado de Abramelín el Mago, que su autor trajo de Egipto,
fue descubierto en el S. XVIII en la Biblioteca Marciana de Veneccia, por el marqués de Argensón, que lo donó a la biblioteca
de Arsenal, de París, donde continúa en la actualidad.