LA ATLÁNTIDA Y LOS HIPERBÓREOS: Mundo Hiperbóreo, enigma nazi, esoterismo, misterio, ovnis, ufo...

01- EL NACIONALSOCIALISMO Y LA ATLÁNTIDA

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LA ATLÁNTIDA, EL CONTINENTE PERDIDO

Ignacio Ondargáin

NACIONALSOCIALISMO. Historia y Mitos

CAPÍTULO I.

(Texto revisado en diciembre de 2006)

 

 

 

EL CONTINENTE

PERDIDO

 

 

1.      Introducción

2.      La Atlántida.

3.      El hombre de Cromagnon

4.      Los creadores de la civilización egipcia

5.      Los guanches (Canarias)

6.      La Atlántida en la Península Ibérica

7.      Los dioses blancos en América

8.      La pérdida de la integridad racial y el hundimiento de la Atlántida

9.      Recuerdos de la Atlántida polar

 

 

 

“Lo que para la multitud es luz, es tiniebla para el sabio.

Y lo que a la multitud le parece negro como la noche, es luz meridiana para el sabio”.

(BHAGAVAD GITA)

 

“... Que es más hermosa la locura que procede de la divinidad que la cordura que tiene su origen en los hombres”.

(FEDRO O DE LA BELLEZA. Platón)

 

 

 

 

 

1- Introducción

 

La historia se convirtió en leyenda y la leyenda en mito.

 

Sabemos que este estudio se centra en una cuestión que origina posiciones crispadas y enfrentadas las más de las veces. Si nos-otros también adoptáramos esa actitud, se nos haría imposible hacer algo serio y sincero: nunca llegaríamos a liberarnos de la perversa dinámica con que es enfocado el tema. Tratando de ser fieles al conocimiento, nuestra intención no ha sido pintar la realidad de uno u otro color. Hemos acumulado, ordenado y expuesto datos tratando de hacerlo de una forma clara y esquemática. El misterio deja de ser misterioso cuando llega a conocerse. En fin, este es tan sólo un trabajo que en principio lo hice para mí mismo, para aclararme yo mismo de qué iba todo esto y que ahora, “con la ayuda del hado”, lo pongo a disposición de todos vosotros. Sé que, en el fondo, todo este misterio no consiste más que en “recordar” algo que había quedado como olvidado junto a una fuente... y ese “algo”, o alguien, siempre supo que volveríamos cuando la sed mortal provocada por este mundo inerte de “muertos que entierran a muertos”, se nos hiciera insoportable... Siempre ha sido así y por esto mismo tiene tanta importancia el mito: viaje al centro de la tierra donde, de las entrañas de la Montaña Polar de la Revelación, surge la fuente de agua pura de la vida eterna.

 

Empezaremos situándonos en los mágicos imperios perdidos del pasado y trataremos de recuperar sus tesoros y sus secretos, en definitiva: resucitar el mito. En aquel remoto pasado olvidado e ignorado por el común de los mortales, hallamos el “primer poder temporal”. Era aquella una tierra habitada por seres superiores que participaban de la divinidad, dioses que mediante su virtud y su poder dominaron la tierra, transformándola y levantando hermosos imperios con realizaciones increíblemente audaces. La belleza interna y externa y la justicia, en tanto que reflejo esta de la claridad de discernimiento, gobernaba el mundo. La salud y la armonía de formas de mente y cuerpo les confería a estos seres superiores nobleza, haciéndoles su vida en este mundo algo digno de ser vivido con alegría y firmeza, en el conocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas. Aquello que eran ellos mismos en esencia y en su naturaleza física, era lo que obraban en el mundo, como un reflejo.

 

Un reino de dioses regido por la belleza, la justicia... un sistema perfecto... o casi perfecto. Pero todo aquel mundo, un día, en una sola noche, desapareció, dejándonos tan sólo ruinas imposibles y leyendas fantásticas... y el manto putrefacto de la muerte extendió su pobredumbre por el mundo ocultando la verdadera luz a los ojos de los hombres mortales: muertos que entierran muertos.

 

Dice Jean Robin en “Operación Orth” que “el primer poder temporal cuyo espíritu se ha perpetuado secretamente en el tiempo, cuyo “cuerpo” ha permanecido oculto en las cavernas de la tierra, ascenderá en los últimos días para recuperar su poder y maravillar al mundo con su mágica resurrección”. Cuando el mundo divino desaparece de la tierra, viene a convertirse en un “tiempo mítico” que, en palabras de René Alleau, fluye paralelamente al tiempo histórico, pero a un ritmo diferente. A lo largo de los milenios, han habido múltiples ocasiones en las que el tiempo mítico de los dioses ha venido a manifestarse y actuar sobre nuestro plano de la existencia. De hecho, en el fondo, todo lo que aquí contamos trata de la continua reaparición de este poder oculto en la historia de los hombres mortales. Creemos poder afirmar que precisamente esto es el nazismo. Vamos a verlo.

 

Sea como sea, es inevitable que el resurgimiento de este tiempo primigenio sobre el mundo, provoque terribles enfrentamientos apocalípticos. Y, como decimos, esto es inevitable puesto que en estas contiendas siempre hallaremos enfrentándose a muerte a dos poderes antagónicos e irreconciliables:

1-     por una parte encontramos el impulso creador, las fuerzas vivas del mundo del mito y del espíritu y

2-     por la otra parte el mundo “material”, que está dominado por los agentes de la degeneración y la muerte.

 

El Demiurgo-Demonio creador o tal vez causante de este mundo mortal, buscaría impedir la liberación, la resurrección, la divinización del hombre, pues sabe que ello arruinaría su reino de degeneración, muerte y putrefacción. Al final de todo, irremediablemente, la historia del mundo de los hombres y de los hombres mismos, vendría a estar ligada directamente al mundo de los dioses. El Demiurgo-Demonio lo sabe y sabe que su tiempo, su reinado es limitado. Nuestro mundo es escenario de una lucha que no acabará nunca, hasta que todo esto deje de ser.

 

A principios de los años treinta del siglo XX, el mito iba lentamente esclareciéndose, como si despertara de un largo letargo. Al soplo de un viento de otro mundo se extendía sobre la tierra el renacer del mundo antiguo: mitos, leyendas, realidades... Los hados liberaban las fuerzas que movilizan la historia de los hombres mortales, proyectando sobre el mundo la divinidad. Súbitamente, el mundo se sintió sacudido por un fogonazo de luz sobrenatural: empezaba a intuir, recordar la divinidad perdida. Sobre la tierra grandes cambios culturales y políticos anunciaban el regreso del “hombre nuevo”, el “mundo nuevo”.

 

En el ojo del huracán de esta contienda cósmica, nos encontramos con Otto Rahn, cuyo trabajo será fundamental en la resurrección del mito. Este alemán nace en Michelstadt, en el Odenwald (región de Hesse), el 18 de febrero de 1904. Orienta sus estudios universitarios hacia la Romanística, esto es, la investigación sobre la cultura, la historia y la lengua de los países románicos y especialmente el Languedoc, la Occitania del sur de Francia (zona oriental de los Pirineos franceses, región del golfo de León y sur del macizo central francés).  Rahn decide desarrollar su tesis doctoral sobre la herejía cátaro-albigense y sobre el poema “Parzifal”, de Wolfram von Eschenbach, y sobre aquel extraño personaje, Kyot (Guyot de Provins) que, según Wolfram, le comunicó la leyenda del Grial (Gral o Graal).

 

Rahn, un joven entusiasta del catarismo (movimiento herético exterminado por el Vaticano en el siglo XIII), recorre las montañas y valles del Pirineo francés y la región cátara, efectuando extensas investigaciones de campo y practicando exhaustivas exploraciones espeleológicas en las grutas del Ariège (departamento francés), a la vez que estudiaba las fuentes del catarismo en las universidades de Tolouse, París y Friburgo. Así mismo, mantuvo incontables conversaciones con nativos, investigadores regionales e intelectuales como Deódat Rodé, Maurice Magre y Antonin Gadal.

 

En 1933, tenía entonces veintiocho años, publica “Cruzada contra el Grial” (Kreuzzug gegen den Gral). Este libro no pasaría desapercibido para los dirigentes del Tercer Reich alemán. Tras recibir el reconocimiento del gobierno alemán nacionalsocialista, Rahn ingresa en la SS-Ahnenerbe con grado de coronel. Resultado de este ingreso en la SS y los posteriores trabajos, Rahn publica en 1937 La Corte de Lucifer”, libro en el que vienen a aclararse muchos conceptos de la cosmovisión nazi.

 

La clave fundamental del reconocimiento nacionalsocialista a su primer libro es algo que para la mayoría de la gente, aunque no para los pocos, puede resultar absurdo y carente de sentido. En definitiva, nos referimos a que en su libro, Rhan señala que los cátaros fueron custodios del Gral (=Grial), cuando se desencadenó, en el S XIII, la “cruzada católica” contra ellos.

 

El Gral sería determinante al referirnos a las claves mágicas que en verdad mueven el mundo... un tesoro proveniente del mítico reino de Hiperbórea-Atlántida en el que está escrito en un lenguaje enrevesado (posiblemente lenguaje rúnico arcaico), el secreto y el conocimiento de los hombres dioses de los que nos hablan los relatos antiguos.

 

Los cátaros eran guardianes de este tesoro de la humanidad aria y de él recibían luz y conocimiento, aunque nunca llegarían a descifrar el significado del mensaje inscrito en él.

 

La nobleza visigoda había creado en el sur de Francia que recorrieron los cátaros, una sociedad muy próspera y desarrollada. Tolouse era la tercera ciudad más grande de Europa, tras Roma y Venecia.

 

La hermosura del país de los cátaros prendió de amor a Otto Rhan. La fresca alegría de los arroyos y la fuerza radiante de las montañas nevadas saludan cada nuevo día los verdes y frondosos valles pirenaicos que se abren hacia el norte, a través de las cuencas de los ríos Garona, Ariege o Aude. El clima de la región es suave en los valles y la tierra fértil da buenas cosechas. En los bosques laberínticos de poderosos hayas, fresnos y robles se guarda el secreto del amor de Hércules y Pirene.

 

En el País Cátaro florecía el amor cortés de los trovadores y los cátaros, quienes rechazaban la biblia judía por ser obra del Maligno, anunciando su religión de a-mor (no-muerte = inmortalidad) frente al judeo-cristianismo, identificado por ellos como religión de muerte. Pero sobre la noble tierra cátara se cernían amenazantes los agentes de la muerte: el Vaticano, atento a las intenciones de su señor, codiciaba el tesoro hiperbóreo. Oscuras nubes encendidas por el rojo de las hogueras en que eran quemados los “herejes” se alzaron sobre el país cátaro. La tierra se regó de la sangre derramada por las espadas vaticanas en incalificables “holocaustos”...  “Matadlos a todos, dios reconocerá a los suyos en el cielo”, fue la orden del enviado papal cuando las fuerzas vaticanas entraron en Beziers asesinando a cuchillo a más de veinte mil personas, madres, niños y ancianos.

 

En fin, Rhan descubre que este fue el secreto motivo de la Cruzada católica contra los cátaros: el Grial.

 

En su primer libro, “Cruzada contra el Grial”, Rhan se centra en un libro titulado “Parzival”, el cual fue escrito por un autor alemán del medioevo llamado Wolfram von Eschenbach. “Parzival” trata de los caballeros del Grial. Rhan realiza un análisis histórico del libro de Wolfram e identifica una relación directa entre el relato del libro y la historia de los cátaros del siglo XIII. Identifica, por ejemplo, a Guyot de Provins (personaje histórico) con Kyot (personaje del libro de Wolfram), quien, según Wolfram, le comunicó la leyenda del Grial. Siguiendo por esta línea, llega a la conclusión, de forma exhaustiva y documentada, de que cuando Wolfram se refiere en su libro, de forma fantástica, a los custodios del Grial, en realidad está hablando de los cátaros. Igualmente, dice que Montsegur (fortaleza situada sobre un “pog” o montaña, en el sur de Francia, próxima a la frontera española), es el Montsalvatche que aparece en el libro de Wolfram.como castillo del Grial. Como decimos, Rhan identifica a diversos personajes históricos que vivieron en el sur de Francia en aquella época (S. XIII), así como lugares geográficos concretos, con los personajes y lugares que en el relato de Wolfram aparecen imaginarios y con nombres fantasiosos y todos ellos directamente relacionados con el misterio del Grial. Finalizando la deducción, es lógico pensar que Wolfram nos está indicando que el Grial o el Gral fue custodiado en Montsegur, que este fue el castillo del Grial cuando se desencadenó la sangrienta cruzada católica contra los cátaros.

 

En la guerra católica contra los cátaros, la fortaleza de Montsegur se distinguió por la tenacidad y el heroísmo con que fue defendida durante meses de asedio por los “herejes”. Finalmente, el 16 de marzo de 1244, Montsegur cayó y sus defensores fueron ajusticiados. Al entrar en la fortaleza, los católicos se desesperaron al no hallar el Grial. La leyenda dice que la noche anterior a la caída, cuatro perfectos cátaros consiguieron eludir el cerco y pusieron el Grial a salvo en una cueva de las montañas del Sabarthez, en el Pirineo. Rhan, quien, cual puro loco, dedica los mejores años de su vida a buscar este Grial por las cuevas y montañas pirenaicas de la región, no habría conseguido encontrarlo, aunque sí dio las claves para que sus camaradas, pocos años más tarde lo reencuentren y lo descifren.

 

El término “Gral” es la ortografía alemana para “Grial”, y está tomado del citado poeta-trovador Wolfram von Eschenbach. Según este trovador alemán, Gral es una piedra caída de la Corona de Lucifer, donde se halla grabada la Ley de los Primeros Divinos Hiperbóreos. Por lo tanto, Gral viene a significar lo mismo que Grial, sólo que Gral se refiere a la tradición más antigua y precristiana. Este objeto, “piedra caída del Paraíso”, es el recuerdo que despierta e invoca la “memoria de la sangre”. En opinión de Rhan, el Grial es el espíritu que acompaña a la humanidad aria a lo largo de su marcha por el mundo, siempre llamándonos hacia la superación heroica de nosotros mismos. Este camino, la vía del héroe, es el modo de vencer las limitaciones y las debilidades que tantas veces nos encadenan a la materia de este mundo y a los instintos meramente animales. El Grial nos guía y nos enseña a vencer las ataduras que nos impiden reconocer la verdadera naturaleza de las cosas y de nosotros mismos. Pero, como decimos, además de este espíritu que se transfiere entre los que le son leales, el Gral, dicen que es un objeto vínculo entre los dos mundos (este mundo material y el mundo de los dioses), que proviene de la desaparecida civilización atlante-hiperbórea y que muchos han buscado.

 

Las primeras huellas de esta historia se encuentran ya en la cultura zoroástrica. Para los antiguos iranios y arios de la India, la Tradición recuerda el Gran Norte como origen de sí mismos, país que habiéndose helado en el pasado, obligó a emigrar a sus antepasados hacia el sur. Nace a partir de aquí toda una tradición que por razones históricas y lingüísticas está perfectamente emparentada con la tradición del Gral. Palabras como “Parziwal”, “Gamuret”, “Lohenrangrin”, “Mujavat”... de origen iranio toman vida en el poema de Wolfram von Eschenbach con ligeras modificaciones, poniendo de manifiesto un paralelismo increíble que enlaza con toda la tradición cátara.

 

El Grial llega hasta los visigodos y de la comunión de su sangre y la presencia griálica surgirá el catarismo. Rahn creyó que en un momento determinado la herencia griálica hiperbórea fue a parar a manos de los cátaros albigenses de Occitania, de la misma manera que éstos hacían suyo, como reflejo, el legado de la doctrina mazdeísta.

 

 

 

2- La Atlántida

 

El mito del continente perdido nos habla de la tierra de los hombres dioses. El tema es recogido por el divino Platón, siendo desarrollado posteriormente por toda la tradición esotérica hasta nuestros días.

 

Igualmente, Hesíodo nos dice que “Durante la edad de oro los dioses vestidos de aire marchaban entre los hombres”.

 

La Atlántida habría sido una gran civilización extendida por el mundo entero, que se habría visto fatalmente aniquilada por una catástrofe cósmica de la que serían antiguos vestigios las visiones apocalípticas recogidas en las Edda y en otros muchos textos antiguos, además de en  la biblia judía.

 

Por todo el mundo podemos hallar restos de construcciones megalíticas de proporciones inauditas y descomunales que la moderna capacidad tecnológica queda muy lejos de poder emular. Estas ruinas vendrían a ser restos de una civilización antigua desaparecida por un cataclismo antes de la actual historia del mundo. La  datación de esas ruinas sería muy anterior a la que oficialmente se le atribuye. Por ejemplo, la plataforma de Baalbek, en el actual Líbano, es una proeza de la ingeniería antigua. Esta plataforma está formada por piedras de 1.500 toneladas de peso cada una. Estos asombrosos megalitos de 24 m. x 5 m. x 5 m. (¡bloques de piedra de veinticuatro metros de largo por 5 metros de alto por otros cinco de ancho!) están dispuestos con tal precisión que sería difícil introducir el filo de un cuchillo entre ellos. En la cantera en que cortaron estas gigantescas piedras aún se encuentra la mayor de ellas, de más de 2.000 toneladas de peso (equivalente a 50 trailers de 40 toneladas cada uno). Por lo visto, fue abandonada allí por los constructores de forma súbita y aún espera ser transportada al lado de sus hermanas. Pero en la actualidad no hay grúas ni otros aparatos que puedan mover y mucho menos levantar los titánicos bloques de piedra de Baalbek. Por lo tanto la mayor piedra tallada conocida en el mundo deberá permanecer donde está hasta que, tal vez, los arquitectos originales regresen para completar su obra y resolver el enigma de qué estaban construyendo. Ni el folklore ni la ciencia son capaces de explicar adecuadamente el misterio de la plataforma de Baalbek, aunque pudiéramos pensar que “bloques de esas dimensiones tuvieron que ser tallados y puestos allí por gigantes o por miembros de una civilización que conociera los secretos de la levitación y la antigravedad”, según sugiere Maurece Chatelain. Al igual que el grupo de las estatuas de Pascua o de Tiahuanaco, en un momento repentino, algo ocurrió que interrumpió los trabajos de la plataforma...

 

Pero, como decimos, en todo el mundo pueden hallarse este tipo de construcciones imposibles, construcciones que de ninguna manera pudieron realizar pueblos primitivos desconocedores de la rueda o de mecanismos simples como la polea. No hay manera humana de desplazar esos enormes bloques de piedra, ni siquiera mediante la utilización de las más modernas maquinarias y mucho menos mediante cuerdas de ínfima calidad como las que disponían los pueblos primitivos de hace seis o cinco mil años. Pero es que ni siquiera haciendo uso de ningún tipo de cuerda, no podrían desplazarse esos bloques mediante fuerza conocida. Además, la perfección en el corte y el trabajo de la piedra de esas construcciones nos indica un grado de perfección técnica muy superior al desarrollado en la actualidad mediante las técnicas modernas. Pese a todas las evidencias, la ciencia oficial insiste en su teoría de la historia del mundo y de que la civilización apareció hace unos pocos miles de años. Antes sólo habrían habido tribus primitivas de hombres medio desnudos. 

 

Cómo no, Egipto es uno de estos lugares de construcciones ciclópeas que tanto han atraído la atención y los estudiosos. La Gran Pirámide de Kheops en Gizeh, su lugar de emplazamiento sobre un roquedal nivelado a la perfección, las interminables galerías que la surcan ¿cómo pudieron iluminarlas?, pues no hay restos de antorchas sobre las paredes ni humo de teas. ¿De qué modo y con qué herramientas aserraron los gigantescos bloques extraídos de las canteras, cuando los supuestos constructores que según la ciencia oficial la construyeron no tenían ni siquiera herramientas de hierro?. ¿Cómo se efectuó su transporte y su acoplamiento perfecto?. La ciencia moderna y los historiadores oficiales nos dicen que lo hicieron mediante planos inclinados, armazones, rampas, pistas de arena para deslizar enormes bloques de toneladas de peso... y también, cómo no, recurriendo a la esclavitud de centenares de miles de campesinos egipcios... Pero hoy día, pese a todos los adelantos técnicos, ningún arquitecto sería capaz de reproducir la pirámide de Kheops. Se extrajeron de la cantera 2,6 millones de bloques de piedra enormes que se pulimentaron y transportaron acto seguido hasta el lugar de emplazamiento, donde se procedió a colocarlos con precisión matemática. Los historiadores oficiales dicen que millares de obreros utilizando rodillos (que no se han encontrado) y cuerdas (tampoco se han encontrado restos), empujaron y arrastraron bloques de 12 toneladas sobre ¡rampas de arena!. La arena no es una base firme sobre la que apoyar bloques de piedra de toneladas de peso, por lo que al colocar esos bloques sobre las supuestas plataformas de arena, lógicamente se hundirían y sería imposible arrastrarlos. Tampoco existen restos de ningún tipo de población que hubiera debido albergar a los miles y miles de supuestos trabajadores que habrían llevado a cabo tal obra. Junto a la pirámide de Kheops, en la misma explanada de Gizeh, se levantan otras dos grandes pirámides de obra igualmente ciclópea y perfecta: la de Mikerinos y la de Kefrén. La atribución de las tres pirámides a los tres faraones de la cuarta dinastía es convencional, pero no está sustentada por pruebas convincentes. En el mismo Egipto, podemos ver otras construcciones gigantescas como el Osireion, gigantesca estructura pétrea subterránea excavada del depósito de lodo y arena. En opinión de los geólogos el nivel del suelo del Osireion pertenece según la sedimentación de la zona a una antiguedad de más de 12 mil años. El estilo arquitectónico megalítico del Osireion, es distinto a todos los edificios conocidos del período del templo de Seti I, en Abydos, junto a los que se encuentra. Evidentemente, al hallarse en sus cercanías, la ciencia moderna ha “solucionado” la cuestión incluyendo en el período de Seti I la obra del Osierion. Sin embargo el Osierion, guarda un estrecho parecido con la austera y colosal arquitectura del Templo del Valle y los templos de Gizeh, los cuales demuestran una mayor antigüedad de lo que afirman los arqueólogos.         

 

Una de las cuestiones más interesantes, en lo que concierne al trabajo de los canteros egipcios, es el empleo del taladro. El funcionamiento de este ingenio fue estudiado por El Petrie, luego de haber sido asesorado por distintos especialistas. Esto le condujo a afirmar que ni siquiera sirviéndose de la más moderna tecnología actual, tampoco con el láser, sería posible encontrar una herramienta de tan prodigiosas características como la usada en el antiguo Egipto. Los más eficaces taladros de hoy día, al trabajar sobre cuarcita o diorita, nada más que consiguen una penetración máxima de 0,04 milímetros por vuelta, mientras que los taladros egipcios, como lo demuestran las hélices dejadas en las piedras excavadas y en las maderas, conseguían ahondar unas ¡cien veces más!.

 

Los griegos atribuían las construcciones hechas de piedras de grandes dimensiones en hiladas regulares a los cíclopes. Este tipo de construcciones  se encuentra por todo el mundo y en Europa se destacan las de la región mediterránea: Malta, Cerdeña, islas baleares, zonas de la Península Ibérica como parte de las murallas de Tarragona, Creta, Troya, Atenas...

                                                                      

Los sacerdotes del antiguo Egipto habían conservado, y sus libros sagrados dan fe de ello, el recuerdo de un vasto continente que se habría extendido antaño en medio del océano Atlántico, tal vez dentro de un espacio delimitado al oeste por las islas Azores, y al este por la fractura geológica del estrecho de Gibraltar.

 

Platón quien está en posesión de esta tradición transmitida por Solón, describe minuciosamente en sus escritos la leyenda y la historia del continente desaparecido:

“El Atlántico era entonces navegable y había frente al estrecho que vosotros llamáis Columnas de Hércules (hoy día, el estrecho de Gibraltar), una isla mayor que Libia y Asia. Desde esta isla se podía pasar fácilmente a otras islas, y de éstas al continente que circunda el mar interior. Pues lo que está de ese lado del estrecho se parece a un puerto que tiene una entrada angosta, pero, en realidad, hay allí un verdadero mar, y la tierra que le rodea es un verdadero continente… En esta isla, Atlántida, reinaban monarcas de un grande y maravilloso poder; tenían bajo su dominio la isla entera, al igual que muchas otras islas y algunas partes del continente. Además, de este lado del estrecho reinaban también sobre Libia hasta Egipto, y sobre Europa hasta Tirrenia.”

 

Este relato extraído del Timeo o la naturaleza sería incompleto si no se mencionara igualmente el Critias o de la Atlántida, que nos describe ampliamente una ciudad del continente en gradas, con su red de canales, sus enormes templos y su sistema de gobierno dirigido por los reyes-sacerdotes mediante leyes dictadas por dioses, en primer término de los cuales está Poseidón o Neptuno, rey de los mares, armado de su tridente. Según Platón, la isla de Poseidonia, último fragmento de la Atlántida, fue engullida 9000 años antes de la época del sabio Solón.

 

Igualmente, el geógrafo Estrabón, así como Procio, confirman las palabras de Platón. Solón tuvo conocimiento de la tradición de la Atlántida gracias a los sacerdotes egipcios, quienes eran herederos de la tradición atlante y habían transmitido su conocimiento a algunos viajeros griegos que visitaban con frecuencia su país.

 

Diversas investigaciones científicas vienen a afirmar la hipótesis de la existencia de un continente sumergido en este lugar hace millares de años.

 

Estudios científicos sobre la fauna y la flora de las islas de Cabo Verde y de las Canarias, apuntan a la analogía existente entre la flora fósil de estas islas y la de todos los otros archipiélagos diseminados entre las costas de Florida y las de Mauritania (lo que representa una extensión sumamente vasta). Tesis emitidas por algunos etnólogos modernos, entre los cuales citamos la señora Weissen-Szumlanska, nos hablan de los ”Orígenes atlánticos de los antiguos egipcios”.

 

La autora, en sintonía con miembros de diversas escuelas esotéricas, afirma que toda la gran raza blanca de los Homo Sapiens, nuestros antepasados, y consecuentemente los antiguos egipcios, tienen origen atlántico. En las islas Azores, en pleno Océano Atlántico norte se han encontrado numerosos esqueletos correspondientes a esta raza. La señora Weissen-Szumlanska sostiene que se podría investigar los orígenes del Egipto faraónico remontando todo el curso de la civilización occidental hasta la prehistoria y los hombres fósiles de la Dordoña, primera aparición de los Homo Sapìens que nos es conocida. El declive del Egipto dinástico se explicaría por la invasión de elementos mongólicos y negroides.

 

Tras realizar un riguroso estudio de los textos de los antiguos griegos, la autora llega a la conclusión de que Solón, Heródoto, Platón, Estrabón, Diodoro... habían recogido el conocimiento de la existencia del continente desaparecido situado “en el otro extremo de Libia, allá donde el Sol se pone” de los egipcios, quienes relataron a los griegos la historia de la Atlántida. Los egipcios situaban claramente a Punt, la tierra de los Grandes antepasados, en la extremidad de Libia. Esta tierra misteriosa era para ellos objeto de particular veneración, mientras que, por otra parte, no demostraban más que desprecio frente a otras naciones. Min y Athor, entre los dioses egipcios, están considerados como oriundos de la Tierra Divina, es decir, de la Atlántida o país de Punt.

 

 

 

3- El hombre de Cromagnon 

 

Hace aproximadamente 30 mil años el hombre Cromagnon inició la conquista del mundo. Pero ¿de Dónde salió?. No hay pruebas que relacionen el hombre de Cromagnon con cualquier homínido precedente. Surgió súbitamente como de la nada equipado con un cerebro  mayor que el nuestro y, al parecer ignorando los logros del Neanderthal, al cual exterminó en gran parte. Recientemente se han descubierto en Portugal restos prehistóricos de lo que podrían ser mezcla entre hombres Cromagnon y Neanderthal. No obstante hasta hace bien poco se creía que no existió cruce entre ambas razas, sino que el Neanderthal fue exterminado. ¿Estaríamos hablando del cruce o mezcla entre una raza “superior” o de origen divino (Cro-Magnon) con una raza “inferior” o terrestre (Neanderthal)?. El Cromagnon empezó a crear como si fuera de memoria la base del mundo que nosotros conocemos. La aparición del Cromagnon fue tan repentina que algunas personas han especulado con que vinieron del espacio exterior, ya que la biología evolutiva se apoya en la creencia de que la naturaleza no hace grandes saltos o macromutaciones.  Según las teorías evolutivas, el hombre de Cromagnon habría necesitado mucho tiempo geológico para desarrollar un cerebro de su capacidad o tamaño así como las habilidades que poseía en el momento de entrar en escena. Los hombres Cromagnon parecen haber aparecido de improvisto.

 

El Cromagnon más puro parece estar haciéndonos referencia a las “inteligencias del espacio” y a la “raza perdida” o divina del origen de los tiempos antiguos. En un artículo de 1927, Raoul-Henri Francé, afirma que “hubieron dos razas prehumanas originales –una de ellas altamente desarrollada y otra de homínidos primitivos– que habrían existido  simultáneamente. La primera habría alcanzado un momento culminante en la Edad del Bronce, y a ella habría pertenecido el noble y bello hombre de Cromagnon. Con los años, al mezclarse con los homínidos -(¿Neanderthal?)- habría degenerado hasta dar lugar al hombre actual”.

 

No resulta difícil entrever en todo esto que, en origen, el Cromagnon puede ser definido como el tipo racial puro que será identificado por los nazis como  génesis de la raza aria. Según esta tesis, defendida y desarrollada también por el sabio austríaco Hörbiger, “los embriones de los arios habrían permanecido conservados en el hielo cósmico primigenio antes de su caída en la tierra en forma de protoplasma”. Es decir, podríamos resumir que la raza aria habría tenido como exponente sobre la tierra al hombre de Cromagnon puro. Una raza llegada desde otros mundos.

 

En la Edad de Piedra, la raza nórdica habría expulsado de Europa a un tipo racial primitivo relacionado con los actuales hotentotes y bosquimanos del sur de África. Las figurillas paleolíticas halladas en Centro Europa, denominadas Venus de Willendorf y de Venus de Wisternitz, serían una muestra del arte religioso de estos pueblos primitivos y representarían ese tipo racial. Ciertos autores difusionistas como el prusiano Peter Kolb (1675-1726), defendieron una vinculación entre hotentotes, trogloditas y judíos. También el reconocido lingüista Karl Meinhof recurrió a la etnología para ver “rastros semíticos (en este caso se entiende como “semitas” a judíos) en el sur de África” y, muy en esta línea, el teórico racial Hans F. K. Günter comparó en 1931 la fotografía del político judío Benjamín Disraeli con un jefe bosquimano-hotentote de Namibia, proponiendo una infusión camita común entre ambos pueblos.

 

 

 

4- Los creadores de la civilización egipcia

 

¿A qué familia podemos vincular la raza de los “portadores” de la civilización egipcia? Todos los datos vienen a demostrar que la raza portadora de la civilización egipcia es la de los hombres del tipo cromagnon.

 

Esta raza blanca, predominante dentro de la aristocracia, habría desaparecido de las esferas dirigentes de Egipto en los alrededores de la XVIII dinastía, al acabar mezclándose con los inmigrantes mongólicos y negroides.

 

Sir Wallis Budge, en los años treinta del siglo XX, basándose en la observación de numerosos cuerpos no momificados pero bien conservados por las arenas del desierto afirmaba que “los egipcios predinásticos pertenecían a una raza blanca o de piel clara con cabello claro; eran en muchos aspectos parecidos a los antiguos libios”.

 

Esta misma raza puede apreciarse también en muchos de los restos hallados en las tumbas no expoliadas y en representaciones de los faraones y miembros de su séquito plasmadas en los templos y monumentos funerarios del Egipto Dinástico. En siglos pasados, estos rasgos llamarían la atención de los egiptólogos, sorprendidos por hallarlos en una región africana.

 

El padre de la egiptología, Sir Flinders Petrie, fue uno de los primeros en señalarlo en 1901: “La fisiognomía manifiesta una conexión decisiva y pronunciada entre el Egipto prehistórico y la antigua Libia”, y por su parte la antropología apoya los numerosos testimonios arqueológicos que denotan una conexión cercana entre Egipto y Libia. Hoy día resulta raro que los libios antiguos fueran blancos y rubios, pero los escritores latinos de la antigüedad ya lo habían reseñado, al igual que Escílax, navegante y geógrafo griego del siglo -VI. Por su parte, el escritor griego Plutarco se había referido al pueblo de Seth, regente de Egipto durante la Primera Dinastía (3100 a.C.), como formado por hombres pelirrojos, al igual que los libios. A principios del siglo XX, el historiador egipcio Maspero indicó que “este rey del Alto Egipto estaba asociado con el desierto de Libia y los libios. De hecho, se le identificaba con el dios libio Ash”. El idioma egipcio es muy parecido al libio.

 

Años antes el antropólogo A. Pietrement se había referido en un ensayo publicado en 1883 a las enseñanzas que las antiguas pinturas egipcias aportaban a los naturalistas, etnógrafos e historiadores. En dichas pinturas los libios eran hombres y mujeres blancos con pelo rubio, ojos azules y rasgos faciales nórdicos. El antropólogo Carleton Coon, de la Universidad de Harvard, avanzó en 1939 interesantes hipótesis basándose en los testimonios arqueológicos. En su obra “Las razas de Europa”, hacía referencia a un testimonio: “La reina Hetep-Heres II de la IV Dinastía, hija de Keops, aparece en los bajorrelieves de su tumba con el pelo de color rubio, mechas horizontales pelirrojas y la piel blanca”. La citada hija de Keops no era la única pelirrojiza de la familia. También su esposa y su cuñada lo eran, al igual que muchos otros miembros de la clase regente. La esposa de otro faraón, Kefren, era pelirroja con ojos azules, según se observa en las representaciones, al igual que en la tumba de la esposa de Faraón Zoser, (2800 a.C.) de la III Dinastía, que también era rubia pelirroja.

 

Por las observaciones de Coon sobre los libios es más que probable que todos ellos tuvieran antecedentes en este antiguo pueblo: “Hace 3.000 años, durante el Paleolítico Superior un grupo de Cromagnon –los llamados hombres de Afalou– vivieron en el norte de África y los libios descienden de ellos. Muchos de ellos fueron pelirrojos dado que este rasgo todavía persiste en la zona… En la actualidad, los rasgos de este tipo humano se encuentran sobre todo en Noruega, Irlanda y el Rif marroquí. Los modernos bereberes descienden de los antiguos libios”. No se trataba de una mera hipótesis. Coon se hallaba en lo cierto. Las investigaciones de Cavalli Sforza y otros genetistas de la Universidad Princetown confirmaron mediante pruebas de ADN efectuadas en los años noventa que los bereberes están más próximos a los británicos que a cualquier otro grupo racial africano o europeo. También existen otros datos confirmatorios relativos al tamaño y forma de los cráneos de Cromagnon encontrados en Afalou bou Rummel (Argelia), que son iguales a los encontrados en Dinamarca y Suecia. Coon también habló de una “raza de constructores de megalitos” que se situaba entre la nórdica y la de Cromagnon, que tras haber construido templos astronómicos como el de Stonehenge o  pirámides subterráneas como Silbury Hill en Inglaterra, al igual que en numerosos alineamientos en la Bretaña francesa como los de Carnac (nótese la semejanza lingüística con Karnac egipcio) y muchas otras construcciones principalmente por el Occidente de Europa, llevó consigo su saber al Mediterráneo, norte de África, Libia y Egipto.

 

A mediados del siglo XX, el antropólogo Raymond A. Dart realizó una serie de trabajos sobre cráneos egipcios fósiles que, al parecer, poseían rasgos exclusívamente nórdicos. Asimismo rastreó cuatro grandes invasiones nórdicas en Egipto (la anterior fue previa a las conocidas dinastías) y afirmó que “el tipo faraónico egipcio era de procedencia nórdica como lo prueba la cabeza del faraón Ramsés II, cuyo cráneo era elipsoide pelágico, es decir, nórdico”. Faltaba un análisis del pelo de este faraón, pero en 1993, los antropólogos G. Elliot, B. Smith y W.R. Dawson lo analizaron con microscopio y confirmaron que era nórdico, igual que su cráneo. También efectuaron medidas antropológicas en 25 grupos de esqueletos distintos de todo el mundo y concluyeron que los faraones constructores de pirámides descendían de esta “mítica raza megalítica” de la que habla Coon: “En conjunto, muestran lazos con el neolítico europeo, el norte de África, la Europa moderna y más remotamente, la India… El grupo de esqueletos que más se aproxima a los antiguos egipcios es el del neolítico francés”. Precisamente, los constructores de los mencionados megalitos prehistóricos.

 

No sólo eran rubios o pelirrojos muchos faraones. Son numerosos los restos arqueológicos y paleoantropológicos que reflejan la existencia de egipcios rubios, pelirrojos, de ojos claros y de raza blanca en el antiguo Egipto. Seguidamente destacamos algunos de ellos reseñados en diferentes fuentes antropológicas (B. Smith y W. R. Dawson) o aqueológicas (Sir Wallis Budge y Sir Flinders Petrie):

-Una momia pelirroja, bigote y barba rojas cerca de las pirámides de Saqqara.

-Momias pelirrojas en las cavernas de Aboufaida

-Una momia rubia en Kawamil, junto con otras muchas de cabello castaño.

-Momias de pelo castaño encontradas en Silsileh.

-La momia de la reina Tiy tenía pelo ondulado y castaño.

-Cabezas pelirrojas en una escena rural en la tumba del noble Meketre (alrededor del año 2000 a.C.).

-En la tumba de Menna, al oeste de Tebas (XVIII Dinastía), se ven en una escena pintada en una pared a jóvenes rubias y a un hombre rubio supervisando a unos trabajadores de piel oscura cosechando grano.

-Estela funeraria del sacerdote pelirrojo Remi.

-Talismanes con un ojo azul llamado el ojo de Horus.

-Egipcios pelirrojos con ojos azules en pinturas de la III Dinastía.

-Una pintura en la tumba de Meresankh III en Gizeh (alrededor del 2.485 a.C.) muestra personajes pelirrojos de piel blanca.

-Una pintura de la tumba de Iteti en Saqqara muestra un hombre rubio de aspecto nórdico.

-Pinturas de gente pelirroja con ojos azules en la tumba de Bagt, en Beni Hassan.

 

Existen además muchos otros restos arqueológicos que representan a individuos de raza blanca en el antiguo Egipto. Así, el museo egipcio de El Cairo alberga miles de tesoros y entre ellos, las estatuas de Rahotep y Nofret tienen rasgos blancos y los ojos de color azul. En la misma sala en la que se conservan estas dos esculturas podemos ver otras representaciones del mismo período que lucen ojos azules, verdes o grises. Es el caso del famoso escriba Morgan, o de la estatua de madera de Seikh el Beled. El Museo del Louvre en París conserva entre sus tesoros la estatua del famoso escriba sentado (2500 a.C.), descubierta también por el francés Mariette en el Serapeum de Sakkara en la década de los 50 del siglo XIX. Todos ellos tienen las mismas características. Como ya hemos dicho, la presencia de estos rasgos de raza blanca, se dan mayormente en las primeras dinastías.

 

En su libro “La Serpiente Celeste”, John Anthony West, apunta que los llamados “venerables del norte” que aparecen en algunos textos religiosos egipcios, no fueron seres de leyenda sino que existieron en realidad. Estos hombres de raza blanca, debieron de ser una suerte de conquistadores que provenientes de Europa, como hemos visto anteriormente, fueron a parar a Egipto antes de las primeras dinastías.

 

 

 

5- Los guanches

 

En la misma época en que el Cromagnon civilizaba Egipto, en las islas Canarias hallamos la presencia de una raza idéntica, es decir, hallamos a la misma raza en ambos lugares. Esto nos da a entender que los archipiélagos de las Azores (donde se han hallado restos óseos de la raza Cromagnon) y las Canarias son restos de la Atlántida hundida y que este sería el hogar primigenio, o al menos anterior, de la raza civilizadora de Egipto. A continuación, los nilopas originarios, a lo largo del tiempo acabarían mezclándose y cruzándose con inmigrantes mongólicos y negroides, hasta ser absorbidos en el tipo africano-árabe.

 

Los guanches, raza en la actualidad prácticamente exterminada, constituyen el substrato originario de la población de las islas Canarias. Esta raza desciende directamente de los atlantes. Su elevada talla, observada en todas las momias (dos metros de promedio), su considerable capacidad craneana (1900 cm3), la más grande que se ha conocido, el índice cefálico (77,77 en los hombres), indican una ascendencia muy pura. Al ser examinadas estas momias, algunas de ellas tenían los cabellos dispuestos en mechones dorados, largos y rizados.

 

En el Neolítico, el tipo originario fue alterado por la aportación de sangre mestiza, que no fue, sin embargo lo suficientemente importante como para hacer desaparecer los caracteres esenciales de esta raza vigorosa. De esta forma, a la llegada de los españoles, las islas Canarias, especialmente Tenerife, no conformaban un sólo grupo racial, sino que habían diferentes grupos: cromañones, protomediterráneos, armenoides, negroides, etc.

 

Curioso es señalar que localizándose en unas islas pequeñas (islas de entre 300 y 1700 km2), los guanches no eran navegantes y habitaban en las montañas. La cultura más antigua de los guanches era agrícola y ganadera, con base en la cebada y en las ovejas, cabras y cerdos. Vivían en poblados de cabañas o cuevas artificiales. Sus creencias eran paganas, con culto a algunas divinidades celestes y naturales y enterraban a sus muertos, después de embalsamarlos con prácticas similares a las egipcias, en cuevas, dispuestos de pie junto a las paredes. También es significativo destacar entre los guanches la práctica de la trepanación craneal.

 

En la isla de Tenerife hallamos las conocidas pirámides de Güimar, las cuales, si bien su factura es mediante amontonamiento de piedras de pequeño tamaño, son formaciones orientadas según datos astronómicos, al estilo de los monumentos egipcios y del mundo antiguo.

 

Entre los misterios y enigmas de las Islas Canarias, aún hoy día hay numerosos testimonios de personas que han visto la “isla fantasma” de San Borondón. En los antiguos mapas de navegación, esta isla aparecía como la octava isla de las Canarias, una isla “inexistente” que nos atraería una vez más hacia el enigma del continente perdido. ¿Será acaso una proyección fantasmal del continente que un día existió “frente a las Columnas de Hércules”?

 

La catástrofe que provocó el hundimiento de la Atlántida tuvo lugar hacia el fin del Paleolítico Superior, aproximadamente 9500 años antes de Cristo. Este cataclismo arrastró bajo las aguas a la mayor parte de la población, sus maravillas y su ciudad solar, testimoniada por la tradición egipcia y recordada por Platón, según detallan sus relatos.

 

 

 

6- La Atlántida en la Península Ibérica

 

La investigadora Weissen-Szumlanska, citada anteriormente, junto con otros estudiosos, han estudiado en la dirección de la existencia de una Atlántida ibérica. Durante cincuenta años de su vida, el profesor Schulten quien, junto con el profesor Richard Henning afirmaba que “el relato de Platón sobre la Atlántida está basado en hechos positivos”, efectuó investigaciones históricas y arqueológicas en la Península Ibérica, ya que era en este lugar donde estudiaba la existencia de la extremidad de la gran isla engullida. Schulten creía que la Península Ibérica era un resto del continente sumergido e identificaba al reino de Tartesos con la Atlántida. Los orígenes de Tartesos son oscuros y se remontarían a la cultura megalítica. El reino de Tartesos es mencionado de un modo vago en las fuentes clásicas y durante mucho tiempo llegó a dudarse de la historicidad de este reino, pero hoy parece no haber dudas de su existencia. Su extensión geográfica abarcaba el sur de España y Portugal, desde Alicante, en el E., hasta hasta desembocadura del Tajo (la actual Lisboa), en el Oeste. Schulten no encontró la Atlántida, pero sí una ciudad ibérica desaparecida: Numancia, descrita en su tiempo por Cornelio Escipión (133 a. de C.). Las excavaciones se prosiguieron desde 1905 hasta 1908. De la misma manera, el gran sabio alemán situaba la principal ciudad de la Atlántida, que él identificaba como Tartesos, en la actual Andalucía, en la zona de la desembocadura del rio Guadalquivir. En la antigüedad, esta ciudad tenía la reputación de ser fabulosamente rica. La campiña que la rodea fue descrita por Posidonio, que hace de ella una pintura muy detallada: ricos cultivos, una población increíblemente numerosa y activa serían la característica de este país, rico también en metales de todas clases, oro, plata, cobre y estaño. Si se concede crédito a Rufus Fistus Avenius, quien reeditó hacia el año 400 a. de C. un tratado de Geografía Antigua, Tartesos había poseído, hacia el año 500 antes de C., cuando sería destruído por los cartagineses, la civilización más evolucionada del antiguo Occidente. ¿Se trataría de un resto que habría escapado a la destrucción de la Atlántida? ¿Una colonia atlante tal vez?. Si los datos son ciertos, las excavaciones realizadas cerca de Sevilla, en el lecho de la desembocadura del Guadaquivir, habrán de resucitar la ciudad desaparecida que el alemán Schulten considera la ciudad legendaria de los reyes atlantes…

 

En España tenemos a personalidades como mosén Jacinto Verdaguer, quien narró la catástrofe divina, ejecutada por Zeus, que se desató ante la degeneración de los atlantes hispanos. Amante de los mitos griegos y los saberes paganos, Verdaguer estaba al tanto de las teorías que hacia la fecha de publicación de su poema (1877) surgieron sobre la existencia del continente perdido. Según su texto, la existencia de la Atlántida originó –tras su hundimiento– las islas griegas y las Canarias. Aunque difícilmente se pueda dar a su poema La Atlántida una interpretación exclusivamente esotérica o científica,  Verdaguer, cuya vida de iluminado posee tintes ocultos, conocía lo que las excavaciones en las costas mediterráneas estaban descubriendo respecto a Tartesos, cultura que ha sido relacionada o, en su caso, identificada, tal y como decíamos más arriba, con la Atlántida. A quien no le pasó por alto esta relación fue a Mario Roso de Luna, quien dedicó al problema su Tomo VI de la “Biblioteca de las Maravillas” (1924). Según este teósofo y astrónomo, La Atlántida de Verdaguer fue inspirada por la mística teosófica de H. P. Blavatsky. Con el añadido lógico de un matiz nacionalista que hace de España –y especialmente de Canarias y del Sur– uno de los principales legados atlantes y foco de la grandeza del continente desaparecido. También el poeta y teósofo Fernando Villalón explica en su poema místico “La Toriada, lo siguiente: “¡Toros de Atlante fatuos y cerriles!”. Y es que para el poeta del 27, Tartesos fue, como también para Roso, “el último foco de la civilización atlante”.

 

Según algunos investigadores y arqueólogos como Georgeos Díaz, en España podemos encontrar lo que serían restos muy significativos de ese pasado atlante. Estos arqueólogos afirman que diversas edificaciones antiguas de España no tendrían el origen que la historia oficial pretende, y señalan como edificaciones especialmente destacadas: el Acueducto de Segovia, el Arco de Medinaceli (Soria), los Toros de Guisando (Ávila), las murallas de Carmona y restos de edificaciones en diversas partes, como en las costas de Cádiz. Tanto en el Acueducto de Segovia como en el Arco de Medinaceli, las junturas de las piedras de estos monumentos, han llegado a ensamblarse de tal forma con el paso del tiempo que permiten datar su antigüedad en varios miles de años antes de la llegada de los romanos a España, pese a que la ciencia oficial insista en atribuir a estos su autoría. En estos edificios, los diferentes bloques de roca que los componen han llegado a ensamblarse totalmente, perdiéndose la línea original o juntura, debido al efecto natural de la meteorización y la diagénesis, esto es, el conjunto de cambios físicos y químicos y biológicos mediante los cuales los sedimentos se transforman en rocas sedimentarias con el paso del tiempo. Para que una roca eruptiva como el granito se compacte y cristalice de forma natural habrían de transcurrir mucho más tiempo que los 2000 años que, oficialmente, se les atribuyen. Según estos expertos, el tiempo necesario para provocar este fenómeno sería aproximadamente de 11.000 años, curiosamente cuando la Atlántida desapareció. Según las tradiciones históricas medievales, Híspalis, uno de los hijos de Hércules, fue el constructor del acueducto de Segovia. Por otra parte, el único argumento a favor de su autoría romana es el parecido estilístico con otros acueductos, lo que no sirve para invalidar la posibilidad de que los romanos, en realidad, copiaran los modelos de acueductos, que fueron levantados apenas 200 años después de la llegada del Imperio a la Península. De hecho, los arqueólogos apenas han encontrado unos pocos objetos de origen romano para poder demostrar que los romanos pasaron por allí. Esto es, Segovia no era tan importante como para que fuera levantado un acueducto de obra tan perfecta y de tales dimensiones. Si realmente los romanos hubieran levantado en un lugar apenas poblado tal acueducto, eso habría roto con toda la lógica que marca la historia conocida de ellos. El mismo acueducto de Tarragona, capital de la Hispania romana, es diez veces inferior al de Segovia y además, su obra y piedra, no son de factura tan perfecta. Esto es, pareciera que el acueducto de Segovia tuviera un origen ante-histórico y no romano. Y es que, además, Platón nos habla en el Critias de “los acueductos sobre los puentes canalizados”, refiriéndose a las construcciones de los atlantes milenios antes de que los romanos, supuestos inventores de aquel revolucionario medio de canalización, erigieran los suyos. Tanto en el Acueducto de Segovia, como en las murallas de Carmona y en el Arco de Medinaceli, se han hallado inscripciones compuestas por letras tartésicas o atlantes.

 

La ciencia oficial ha establecido su dogma histórico, según el cual la historia y la civilización se inicia en un punto de la historia que ellos han señalado arbitrariamente y según su interés, y no podría admitir jamás que hubiera existido una civilización anterior y ya olvidada en el tiempo, capaz de erigir edificaciones tan  prodigiosas y monumentales como el Acueducto de Segovia u otros tantos. Sencillamente, le han atribuído una autoría que se acomoda a su teoría de la historia.

 

 

 

7- Los dioses blancos de América

 

Toda América está llena de leyendas referentes a “dioses blancos” y civilizadores. El profesor Jacques de Mahieu ha dedicado su vida a estudiar la presencia de hombres blancos en América, encontrando una enorme cantidad de material rúnico vikingo o que él atribuía a los vikingos.  Pero no fueron sólo vikingos quienes llegaron hasta América. De Mahieu emprendió su aventura cuando encontró fotografías de momias blancas y rubias de los inkas en el Instituto Etnológico de Lima. No pasaría mucho tiempo sin embargo, antes de que las puertas se cerraran, no pudiendo continuar con esa línea de la investigación. Nuevamente la Historia Oficial ocultaba datos que puedan contradecir su teoría de la historia. En “El Gran Viaje del Dios Sol” De Mahieu reproduce una fotografía de la momia de un inka rubio, de Paracas, Perú, de tipo ario-nórdico. Como ya hemos dicho, las leyendas de “dioses blancos”, están presentes en todo el continente y tienen una base real, esto es, se refieren a acontecimientos que efectivamente sucedieron en el tiempo y el espacio. Muchos de los descendientes de esos blancos serían tragados por las selvas, al caer los imperios o perder el contacto con los lugares de origen. Así, tenemos a los indios blancos guayakis, mezclados hoy con los guaraníes, los caiguas, los guarayos de Santa Cruz en Bolivia, los chachapoyas, los comechingones de Argentina...

 

A principios del siglo XVI, antes de que los españoles llegaran a Perú, en el templo de Coricancha, se erguía una estatua de Viracocha. Según el texto contemporáneo, la “Relacion anonyma de las costumbres antiquos de los naturales del Piru”, esta estatua asumió la forma de una representación de mármol del dios, que descrita “con respecto al cabello, color de la tez, facciones, vestimenta y sandalias, era tal como los pintores representan al apóstol san Bartolomé” Otros relatos sobre Viracocha aseguraban que se parecía a santo Tomás. Varios manuscritos eclesiásticos ilustrados representan a ambos santos como individuos blancos, delgados y barbudos, de mediana edad, calzados con sandalias y ataviados con largas y vaporosas túnicas. Como veremos, los documentos históricos confirman que éste era el aspecto que representaba Viracocha, según descripción de quienes le veneraban. Quienquiera que fuera este antiguo dios, por tanto, no podía ser un indio americano actual, pues éstos son gentes de piel relativamente oscura y escaso vello facial. La poblada barba de Viracocha y su pálida tez indicaban que se trataba de un individuo de raza blanca.

 

En el siglo XVI, los incas coincidían con esa opinión. De hecho, sus leyendas y creencias religiosas hicieron que estuvieran tan convencidos del tipo físico de Viracocha que en un principio confundieron los españoles blancos y barbudos que desembarcaron en sus costas con Viracocha y sus semidioses, pues su regreso había sido profetizado hacía mucho tiempo y el propio Viracocha, según todas las leyendas, prometió volver. Esta feliz casualidad proporcionó a los conquistadores de Pizarro la ventaja estratégica y psicológica que necesitaban para dominar a las fuerzas incas, numéricamente superiores, en las batallas decisivas.

 

En todas las antiguas leyendas de los pueblos de los Andes aparece un individuo barbudo, de piel blanca, envuelto en halo de misterio. Aunque sea conocido por distintos nombres en diversos lugares, se trata siempre de la misma figura: Viracocha, Espuma del Mar, maestro de la ciencia y la magia, el cual esgrimía terribles armas mortíferas y llegó en los tiempos del caos para restaurar la paz y la civilización en el mundo. La misma historia es compartida con numerosas variantes por todos los pueblos de la región andina. Comienza con una vívida descripción de una pavorosa época en que la Tierra padeció una gran inundación que la sumió en las tinieblas debido a la desaparición del sol. La sociedad fue víctima del caos, y las gentes sufrían indecibles desgracias. Entonces “apareció de forma inesperada un hombre blanco, que procedía del sur, de gran estatura y talante autoritario. Este hombre poseía tal poder que transformó las colinas en valles y con éstos formó grandes colinas, haciendo que los ríos fluyeran de la piedra viva…”. Existen muchas leyendas referentes a Viracocha y entre ellas una afirma que  era un “hombre blanco de gran estatura, cuyo aire y personalidad suscitaban gran respeto y veneración”. En otra es descrito como un hombre blanco de augusta apariencia, con ojos azules y barba, que llevaba la cabeza descubierta y vestía una “cusma”, un jubón o camisa sin mangas que le alcanzaba las rodillas. Otra leyenda, la cual parece referirse a una etapa posterior de su vida, afirma que Viracocha era “un sabio consejero en asuntos de estado” y lo describe como “un anciano barbudo de cabello largo que vestía una larga túnica”.

 

Por encima de todo, Viracocha es recordado en las leyendas como un maestro que apareciera cuando los hombres vivían sumidos en el desorden y muchos andaban desnudos como salvajes y sus únicas moradas eran las cuevas que abandonaban únicamente para ir a los campos y buscar algo que comer. Viracocha llevó los conocimientos de la medicina, la metalurgia, el cultivo de los campos, el apareo de los animales, el arte de la escritura, así como sólidos conocimientos y principios de ingeniería y arquitectura.

 

El conocimiento era reservado a una aristocracia. La escritura, por ejemplo, fue conocida y utilizada únicamente por los “viracochas”, esto es, la aristocracia de las antiguas civilizaciones andinas americanas, formada por descendientes atlantes de raza blanca. Una vez que los viracochas desaparecieron, los indios que quedaron, no conocían la escritura. Lo mismo sucedería especialmente con la ingeniería y la arquitectura y la construcción de monumentos megalíticos.

 

En los tiempos de Viracocha fueron levantados los edificios megalíticos de la zona de Cuzco-Machupichu, especialmente en esta zona los que tienen la mampostería dispuesta en forma de rompecabezas y formados por piedras muchas de ellas de varias toneladas, imposibles de mover por indios desprovistos de cualquier maquinaria y que incluso desconocían el uso de la  rueda o la polea. Algunos de los gigantescos bloques de piedra de la fortaleza de Sacsayhuamán, individualmente, suelen alcanzar un peso equivalente al de 500 automóviles de tamaño familiar. Todas las pruebas indican que estas descomunales fortificaciones, como Machu Picchu, no fueron construidas por los incas, sino por manos desconocidas muchos miles de años antes.

 

Las ruinas de Tiahuanaco, junto al lago Titicaca, en la orilla boliviana, están situadas a 3.825 metros de altitud sobre el nivel del mar, en una tierra de páramos andinos. ¿Por qué erigieron tan monumentales edificios y una ciudadela tan importante en un lugar tan inhóspito?. Según Hans Hörbiger, Tiahuanaco sería un resto del continente perdido de la Atlántida. Hörbiger atribuye a Tiahuanaco 14.000 años de antigüedad y creía que en él se practicaba una mística religión de culto al sol muy anterior al antiguo Egipto. Tratando de encontrar restos de la Atlántida y confirmar así la tesis de Hörbiger, ya en 1928 el futuro colaborador de la SS Edmund Kiss emprendió un viaje a Tiahuanaco, experiencia que plasmó en diversos artículos y en su libro “La puerta solar de Tiahuanaco y la cosmogonía glacial de Hörbiger”, de 1937. En cuanto arquitecto, Kiss creyó ver en la forma monumental de las construcciones del centro ceremonial las características de la arquitectura nórdica y halló en ellas un gran parecido con la arquitectura dórica de Grecia. Kiss encontró pruebas de la afiliación aria de Tiahuanaco en los rasgos raciales blancos de diversas representaciones, especialmente de una figura de piedra que representa a Viracocha, llegando a la convicción de que aquellos templos constituían un territorio periférico del legendario imperio de Atlántida. En 1940, bajo dirección de Kiss y auspiciado por Himmler y Göring, iba a celebrarse una expedición a Tiahuanaco de gran envergadura, con presencia de arqueólogos, zoólogos, botánicos, astrónomos y un equipo de filmación dotado de las técnicas de exploración arqueológicas más modernas, como cámaras submarinas y un aparato para tomas aéreas, pero los vaivenes de la guerra frustraron irremediablemente tan interesante empresa.

 

El conjunto arqueológico de Tiahuanaco cubre alrededor de 420 hectáreas, en el corazón de un valle estrecho en forma de herradura que se extiende suavemente hacia el lago Titicaca. Bajo las ruinas de Tiahuanaco, se encuentran enterradas cinco ciudades superpuestas. La ciencia moderna no es capaz de lograr la comprensión de una civilización tan desconocida para la mentalidad actual. Antiguamente, el conocimiento no estaba separado de las artes, la religión o la filosofía; en el pasado se cultivaba el conocimiento integral. La ciencia de Tiahuanaco fue grabada en símbolos sobre sus monolitos y otros restos arqueológicos y fueron manejados y utilizados por los amautas, sacerdotes científicos. ¿Cómo lograron trasladar las rocas de hasta 200 toneladas, que hoy, atónitos, podemos contemplar entre las ruinas mudas? Entre todos los imponentes restos de esta ciudad mágica, destaca una estructura gigantesca cuya antigüedad está demostrada en miles de años antes de los que la ciencia oficial le pretende atribuir: la Puerta del Sol de Tiahuanaco. Está tallada de un solo bloque de andesita sólida, pesa más de diez toneladas y en el friso de esta puerta, coronando la puerta, está representado Viracocha, blandiendo dos cetros con cabezas de cóndor. Viracocha está adornado con una especie de máscara en la que se aprecian dos pumas.  También en Tiahuanaco, existe un ídolo cuyo perfil es el de una figura barbuda. Se halla en el Templo Subterráneo de Tiahuanaco y se cree que representa al mismo Viracocha, el héroe civilizador de la mitología andina.  También hallamos en este lugar una estela en la que están grabadas unas cabezas barbudas. En resumen, los tipos físicos que aparecen representados en la estela y en el pilar de Viracocha no son los actuales indígenas de esta región sudamericana, quienes por otra parte, como ya hemos indicado,  desconocían los mecanismos más simples, como la polea o la rueda.

 

Hallamos en Tiahuanaco, características de la construcción de edificaciones que coinciden con las utilizadas en el Egipto antiguo, como las muescas en la piedra, que indican que estos bloques de piedra fueron unidos por unas abrazaderas metálicas en forma de T. Curiosamente esta técnica de mampostería se cree que no fuera empleada en ninguna otra zona de Sudamérica. Y sin embargo, fue empleada en el antiguo Egipto, lo que nos apunta a que tanto el primer Egipto como Tiahuanaco compartían tecnología y, en fin, siendo lugares tan distantes en el espacio, pertenecían a una misma civilización.

 

En la Puerta del Sol, según diversos estudiosos, hallaríamos las claves psicológicas y alquímicas para la transformación del ser humano en un superhombre, en un hombre-sol o en un ángel. Guillermo Lange Loma, afirma que “en la iconografía de esta puerta y en muchos otros grabados de Tiahuanaco, se muestran de forma clara y objetiva las representaciones sagradas  más arcaicas de la humanidad: el báculo del poder, la corona de los reyes y el cáliz ceremonial. También son destacables la prominencia sobre la cabeza, los ojos alados, el rostro solar antropomórfico, la serpiente felina, el caduceo de Mercurio, los hombres-felino, los hombres-ave y también los hombres alados u hombres-ángel. Todas estas formas estudiadas y analizadas a la luz de la antigua sabiduría universal, han sido identificadas, como símbolos de autorrealización del hombre. Éste sería la crisálida del ángel, ser resultante del propio esfuerzo autoconsciente del ser humano. El puma está íntimamente vinculado con el fuego y la columna vertebral está representada por la vara segmentada o bastón que sostienen las representaciones antropomórficas de la Puerta del Sol. La serpiente con cabeza de felino (puma) es un símbolo de la kundalini o fuego sagrado que asciende desde la base de la columna vertebral hasta la coronilla del iniciado. El ser humano sólo alcanza su plena realización con la manifestación del fuego sagrado que desde el coxis debe ascender por la columna hasta la cabeza, llegando más allá”. Esta es la iniciación que se daba en Tiahuanaco, para que finalmente y tras todo un proceso de esfuerzo y de iniciación, “únicamente así el inicado tiahuanacota era digno de coronarse como rey de sí mismo y de la naturaleza; sólo de esta forma podía cruzar la Puerta del Sol”.

 

Si miramos hacia el oeste de Tiahuanaco, a 3.700 Km de las costas chilenas, ya en pleno océano Pacífico, se encuentra la enigmática isla de Pascua. La isla es un pequeño trozo de tierra en medio del océano a miles de kilómetros de la costa más cercana. Su extensión, de apenas 162 Km2, es cuatro veces más pequeña que la española isla mediterránea de Ibiza. La isla de Pascua es un reducto arqueológico, cuyas tradiciones se refieren a dioses provenientes de las estrellas. Se desconoce cómo se pudieron construir los centenares de esculturas –denominadas “moais”– esculpidas en basalto volcánico. Ninguna de ellas mide menos de 10 metros ni pesa menos de 50 toneladas, sin embargo, esto no fue un obstáculo para que sus autores las consiguieran transportar varios kilómetros hasta la costa, erigiéndolas sobre espectaculares plataformas de piedra (abu).

 

La historia de la isla se divide (según los datos que aparecen en unas tablillas que contienen jeroglíficos anteriores a la existencia de los moais) en tres periodos que acabarían con diversos enfrentamientos y guerras entre los Orejas Largas (de rasgos indoeuropeos) y los Orejas Cortas (de piel oscura y cabello negro). Cuando el almirante holandés Jacob Roggeveen descubre Pascua en 1772, estaba superpoblada por estas dos razas que aún permanecían bien diferenciadas a pesar de darse ya un proceso de decadencia y mestizaje. Las leyendas hablan de los Orejas Largas, como de una raza proveniente del cielo y de los Orejas Cortas, como provenientes de otras islas del Pacífico. El investigador británico James Churchward, tras haber descifrado el contenido de diversas tablillas, concluye que éstas informan de la existencia de una civilización desaparecida en el Pacífico hace unos 12.000 años, (desaparecida coincidiendo en el tiempo con la también desaparecida Atlántida) y que sería el continente de Mu. Los instructores y fundadores de esta civilización provendrían del cielo y construyeron gigantescos templos, monumentos y ciudades en piedra. Utilizaban la “fuerza antigravitacional” para hacer levitar las pesadas piedras. En algunas de las leyendas y tradiciones de las culturas posteriores al cataclismo que sucediera hace 12.000 años, existen leyendas y tradiciones con referencias a técnicas antigravitacionales que permitirían la levitación de grandes objetos, o incluso seres humanos, empleando “secretos sonidos mágicos”. 

 

Más al norte, y volviendo al continente americano, hallamos a Quetzalcóatl, la divinidad principal del antiguo panteón mejicano, el cual era descrito en unos términos que nos resultarán familiares. Por ejemplo, uno de los mitos precolombinos recogidos en Méjico por el cronista español del siglo XVI Juan de Torquemada, afirmaba que Quetzalcóatl era un “hombre rubio de complexión robusta y una larga barba”. Algunos se referían a él como “el hombre blanco”; un hombre corpulento, de frente ancha, con los ojos enormes, el pelo largo y “la barga espesa y  redonda”. Otros lo describían como: “una persona misteriosa… un hombre blanco de cuerpo robusto, la frente ancha, ojos grandes y una larga barba. Vestía una larga túnica blanca que le llegaba a los pies. Condenaba los sacrificios, excepto las ofrendas de frutas y flores, y era conocido como el dios de la paz…” Según una tradición centroamericana, “llegó allende los mares a bordo de un barco que se movía sin remos y era un hombre blanco, alto y con barba…”. Quetzalcóatl, en Centroamérica, tiene unas características similares a las de Viracocha en Sudamérica. Entre los mayas, era conocido como Kukulkán, que significa “serpiente emplumada”.

 

Existían otras divinidades, en concreto entre los mayas, cuyas identidades eran muy semejantes a las de Quetzalcóatl. Una de ellas era Votan, promotor de la civilización, al que también se describía como un individuo de tez pálida, barbudo y vestido con una larga túnica. Como vemos, su nombre coincide con el germánico Odín o Wotan y su símbolo principal, al igual que el de Quetzalcóatl, era una serpiente. En términos generales, existe un trasfondo de datos históricos en los mitos mayas y mejicanos. Lo que las tradiciones indican es que el barbado extranjero de raza blanca llamado Quetzalcóatl (o Kukulkán, o lo que sea) no era un solo individuo, sino que  probablemente se trataba de varias personas que procedían del mismo lugar y pertenecían a un mismo tipo racial no indio, sino blanco.  Ciertos mitos que se incluyen en antiguos textos religiosos mayas conocidos como los Libros de Chilam Balam, por ejemplo, afirman que “los primeros habitantes de Yucatán fueron los del pueblo de la serpiente. Estas gentes llegaron del este en unas embarcaciones acompañando a su líder Itzamana, la serpiente del Este, un sanador capaz de curar mediante la imposición de manos y resucitar los muertos”. Son los “compañeros de Quetzalcóatl” y venían de una isla en medio del Atlántico a la que llamaban Thule. Entre tanto, Juan de Torquemada, relató esta específica tradición, anterior a la conquista, referente a los extranjeros de imponente presencia que habían llegado a Méjico con Quetzalcoatl: “Eran unos individuos de gran empaque, bien vestidos, con unas largas túnicas de lino negro que iban abiertas por delante, sin capas, escotadas y con unas mangas que no alcanzaban los codos… Estos seguidores de Quetzalcóatl eran hombres de gran sabiduría y excelentes artistas en toda clase de oficios y trabajos”.

 

Como su “gemelo”, Viracocha, pero en este caso en Méjico, Quetzalcoatl había llevado las artes y ciencias necesarias para crear una vida civilizada, inaugurando así una época dorada. Introdujo la escritura, el calendario, la arquitectura, la agricultura, la medicina, la magia, las matemáticas, la metalurgia, la astronomía y manifestaba “haber medido la Tierra”.

 

Lo mismo que en Sudamérica, en Centroamérica hallamos también estatuas y representaciones de individuos barbados y de raza blanca. En diversos estratos arqueológicos de los olmecas, como en los restos arqueológicos de La Venta y Monte Albán (Méjico), hallamos estos rasgos caucásicos o europeos, barbados. En la plataforma piramidal de Tula (Méjico) se hallan los conocidos como “Atlantes de Tula”. Son unos ídolos o estatuas con un aire solemne e imponente. El escultor los ha dotado de unos rostros duros e implacables y unos ojos hundidos que no transmiten emoción. En sus manos portan unos artilugios que parecen haber sido en la realidad de metal. Este objeto que sostienen las estatuas en la mano derecha, que parece asomar a través de una funda o un protector de manos, presenta la forma de un rombo con el borde inferior curvado; el instrumento de la mano izquierda podría ser un tipo de arma. Unas leyendas afirman que los dioses del Méjico antiguo se habían armado con xiuhcoatl, “serpientes de fuego”. Al parecer, estos emitían unos rayos abrasadores que eran capaces de traspasar y despedazar un cuerpo humano.

 

Dice la leyenda que Quetzalcoatl marchó de Méjico cuando Tezcatilpoca, un dios malévolo y cuyo culto exigía sacrificios humanos, acabó venciendo en una especie de lucha cósmica entre las fuerzas de la luz y la oscuridad. A partir de entonces, bajo la influencia del culto de Tezcatilpoca, los sacrificios humanos impulsados por las razas de color empezaron a practicarse de nuevo en Centroamérica. Se dice que Quetzalcóatl partió en una balsa que estaba confeccionada de serpientes. Según la leyenda, “quemó sus casas, construidas con plata y conchas, enterró su tesoro y zarpó hacia el mar oriental precedido por sus ayudantes, quienes se habían transformado en aves de brillante colorido”. Allí, antes de partir, prometió a sus seguidores que regresaría un día para derrocar el culto de Tezcatilpoca e instaurar una nueva era en la que se acabarían los sacrificios humanos.

 

Las civilizaciones que se desarrollaron en América, nos hablan de unos dioses civilizadores que un día, tras un cataclismo o un diluvio, llegaron por mar. Estos dioses, eran racialmente de rasgos caucásicos o europeos y levantaron las antiguas civilizaciones americanas, convirtiéndose en su aristocracia civilizadora. No obstante, las leyendas nos hablan de que, en un momento dado, los “dioses blancos” marchan de las civilizaciones que crearan, y el mestizaje acabaría pervirtiendo y derrumbando esas civilizaciones en el caos y el bestialismo. Las aristocracias de los imperios precolombinos y los indios guardaban memoria de ellos en sus mitologías y en diversas representaciones que hoy día existen documentadas y cuando los españoles llegaron a América, los indios les confundieron con esos “dioses”. Y no sólo en las civilizaciones y los imperios perdidos de América existe la “leyenda de los dioses blancos”, sino que esta se puede hallar por todo el continente, hasta en el interior de las selvas amazónicas o en las praderas y los hielos del norte y del sur.

 

Como de pasada, en un párrafo de su libro “La Corte de Lucifer”, Otto Rahn nos habla de los “dioses blancos” de América. La referencia es interesante pues en ella podemos ver que los nazis ya conocían la leyenda y la historia de una América civilizada antes de la llegada de los españoles por la raza blanca o atlante. Rhan hace una dura crítica del judeo-cristianismo, identificándolo como un elemento usurpador de la tradición hiperbórea. Dice así el coronel SS:  el Nuevo Mundo fue descubierto por segunda vez por Cristóbal Colón, el nombre de pila (de Cristóbal Colón) significa “portador de Cristo”. Por lo que Colón ha llevado la doctrina de Cristo que Jesús sacó de la casa de David a través del océano. Sobre las huellas de Colón, Hernán Cortés navegó sobre el mar océano y conquistó el imperio azteca de Méjico para España. Escribió un informe al emperador. Allí se dice que Moctezuma, rey de los aztecas, se sometió al emperador, porque él lo consideraba como el señor de “Aquel Luminoso Superior”, del que sus propios ancestros provenían. (referencia a los antepasados raciales atlantes-blancos de la aristocracia azteca). Moctezuma incluso aceptó que Hernán Cortés quitara todos los “ídolos”. Sólo cuando él, el rey, fue hecho prisionero y gravemente herido por los invasores sedientos de oro, rechazó todo tipo de tratamiento a sus heridas, desdeñó llegar a ser Cristo, quiso morir y murió. Había pagado un terrible error. Cortés era un enviado del Papa y del emperador católico, pero no del “sabio dios”, al que él y los suyos por tanto tiempo habían esperado. Del norte debía llegar el dios de la Patria Primitiva Tulla o Tulán, que había sido una “Tierra del Sol”, pero donde “el hielo había empezado a dominar y ningún sol más había”. Debía provenir de Thule. En lugar de la llegada de la Corte de Lucifer –cito de “Redentor blanco” de Gerhart Hauptmann–: el engendro, que al rostro de nuestra Madre Tierra deshonra desvergonzadadamente con la inmundicia de su horror…

 

 

  

8- La pérdida de la integridad racial de los atlantes y el hundimiento de la Atlántida

 

En este punto, no podemos dejar de preguntarnos cómo y por qué fue destruída la maravillosa civilización de los atlantes. Platón nos dice que su destrucción se produjo como consecuencia de una desviación de su naturaleza físico-espiritual, de la desviación de sus sentidos y de la consecuente perversión moral. Pareciera ser que el tema guarda relación con una ley cíclica que regiría toda civilización y que impondría a ésta una decadencia ineludible después de haber alcanzado cierto grado de perfección.

 

Veamos lo que dice Platón a propósito de esta caída en una cita sacada de “Critias”:

Durante muchas generaciones, mientras la naturaleza del dios era suficientemente fuerte, obedecían las leyes y estaban bien dispuestos hacia lo divino emparentado con ellos. Poseían pensamientos verdaderos y grandes en todo sentido, ya que aplicaban la suavidad junto con la prudencia a los avatares que siempre ocurren. Excepto la virtud, despreciaban todo lo demás, tenían en poco las circunstancias presentes y soportaban con facilidad, como una molestia, el peso del oro y de las otras posesiones. No se equivocaban, embriagados por la vida licenciosa, ni perdían el dominio de sí a causa de la riqueza, sino que, sobrios, reconocían con claridad que todas estas cosas crecen de la amistad unida a la virtud común, pero que con la persecución y la honra de los bienes exteriores, éstos decaen y se destruye la virtud con ellos. Sobre la base de tal razonamiento y mientras permanecía la naturaleza divina, prosperaron todos sus bienes que describimos antes. Mas cuando se agotó en ellos la parte divina porque se había mezclado muchas veces con muchos mortales y predominó el carácter humano, ya no pudieron soportar las circunstancias que los rodeaban y se pervirtieron; y al que los podía observar les parecían desvergonzados, ya que habían destruido lo más bello de entre lo más valioso, y los que no pudieron observar la vida verdadera respecto de la felicidad, creían entonces que eran los más perfectos y felices, porque estaban llenos de injusta soberbia y poder. El dios de dioses Zeus, que reina por medio de leyes, puesto que puede ver tales cosas, se dio cuenta de que una buena estirpe estaba dispuesta de manera indigna y decidió aplicarles un castigo para que se hicieran más ordenados y alcanzaran la prudencia. Reunió a todos los dioses en su mansión más importante, la que, instalada en el centro del universo, tiene vista a todo lo que participa de la generación, y tras reunirlos dijo…

 

Las organizaciones patrióticas alemanas, conocedoras de la raíz esotérica del conocimiento, interpretando los escritos de Platón llegaron a la conclusión de que el fin de la Atlántida se debió a una mezcla racial, esto es, a la corrupción de la sangre ocurrida al mezclarse la raza pura de los atlantes blancos con las “razas demoníacas”.

 

El mito de la Atlántida establece una continuidad histórica de la raza blanca desde los orígenes. Los grupos racistas alemanes del siglo XIX y, sobre todo, las sectas nacidas de la Primera Guerra Mundial no eran las únicas en apelar a la tradición de la Atlántida; la teosofía de Mme Blavatsky, pretendía también conocer el lejano pasado de los “Grandes Antepasados”. La señora Blavatsky no dudó en afirmar que ella había conseguido leer, página por página, el manuscrito secreto que relataba la historia del fabuloso continente, el cual se hallaría en la biblioteca del Vaticano (conservándose otro ejemplar en un monasterio del Tíbet).

 

Los atlantes tenían el dominio de técnicas superiores a las de nuestra ciencia actual, armas de vanguardia, vehículos motorizados, cohetes e incluso ingenios espaciales y máquinas que permitían desplazarse en el tiempo, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. En lugar de tener sus mentes sometidas a la dialéctica y a un sin fin de sensaciones caóticas, pensaban en imágenes. Controlaban la fuerza de la vida y podían, por ejemplo, extraerla de un montón de semillas y utilizarla para impulsar sus naves aéreas. Poseían una memoria extraordinaria y los más desarrollados se dedicaban a un proceso de purificación espiritual que les permitía la comprensión de los poderes divinos. No obstante, el atlante medio empezó a despreciar su mundo interior, proyectando sus sentidos únicamente hacia la naturaleza exterior, perdiendo contacto consigo mismo y con la divinidad. El absoluto control que poseían sobre las fuerzas de la naturaleza al transformarse en “fuerza negra”, esto es, al ser utilizado de forma maligna,  les habría arrastrado a un cataclismo inconcebible, resultado tal vez de su dominio “demoníaco” de la energía nuclear.

 

 

 

9- Recuerdos de la Atlántida polar

 

La Atlántida ha sido “recordada” de variadas maneras. Las ruinas ciclópeas de Tiahuanaco, en el altiplano andino, las edificaciones más antiguas de Egipto o las terrazas de Baalbek en el Líbano, entre otras muchos restos, son la obra de dioses o “superhombres”. Los edificios colosales hallados cerca del lago Titicaca, a casi 4000 metros de altitud, plantean un enigma a los arqueólogos y a los sabios. Hiperbórea, el continente mítico, existió en un lugar indeterminado. Un movimiento bascular de la Tierra sobre su eje convirtió esas tierras civilizadas por una raza superior en el país glacial que es en la actualidad. Poblado de “gigantes”, Hiperbórea habría sido un país todavía más evolucionado que la Atlántida, y civilizado por seres extraterrestres.

 

La tradición de Grecia y Roma nos habla de la existencia de Hiperbórea y de su capital Thule. De ello hablan las obras de Heródoto (“isla de hielo situada en el Gran Norte, donde vivieron hombres transparentes”), de Plinio “el Viejo”, de Diodoro de Sicilia y de Virgilio. En ”Medea”, Séneca nos habla de esta profecía:

“En los siglos futuros una hora vendrá en la que se descubrirá un gran secreto hundido en el océano: se encontrará la poderosa isla.

Tetis revelará nuevamente la región y Thule, a partir de entonces, no será ya el país de la extremidad de la tierra”.

 

Celtas, vikingos, germanos, guardan la memoria de Thule como el verdadero Paraíso, el País del Otro Mundo. “Más allá de los mares y de las islas afortunadas, más allá de las espesas nieblas que defienden su acceso”, en esta isla “donde los hiperbóreos están en posesión de todos los secretos del mundo”.  Sin lugar a dudas, más que ningún otro, el germano sostiene su ser sobre la leyenda de Thule. Sobre ella sustenta hasta bien entrado el siglo XX, su culto pagano y sus profundas aspiraciones políticas y vitales. Este mito ha permanecido siempre. Inspiró el “Fausto” de Goethe y el “Parsifal” de Ricardo Wagner. “La balada del rey de Thule”, escrita por Goethe, y que Gérard Nerval tradujo en verso francés, tiene un sentido esotérico que no escapa a los que saben.

 

Hiperbórea, la Patria Polar cuya capital es Thule, existió y tal vez exista aún, en algún lugar del Gran Norte. Una enorme isla de Hielo rodeada de “altas montañas transparentes como el diamante”. Hiperbórea no habría sido, sin embargo, un país dominado por el hielo: “en el interior del país reinaba un dulce calor en el que se aclimataba perfectamente una vegetación verdeante. Las mujeres eran de una belleza indescriptible. Las que habían nacido en quinto lugar en cada familia poseían extraodinarios dones de clarividencia”. El hombre de Hiperbórea, descendiente de “Inteligencias del Espacio”, es descrito en el “Libro de Enoc” (cap. CVI-CVII): “Su carne era blanca como la nieve y roja como la flor de la rosa; sus cabellos eran blancos como la lana; y sus ojos eran hermosos”. En la capital de Hiperbórea, Thule, “vivían los sabios, los cardenales y los doce miembros de la Suprema Iniciación…”

 

La Islandia vikinga y las sagas germánicas guardan el recuerdo de esta civilización que se desarrolló en una época mágica. El maravilloso desarrollo de las ciencias ocultas, y particularmente de la alquimia, entre los monjes islandeses de la Edad Media son testimonio de este tiempo ya perdido.

 

En aquel mundo antiguo existía una perfecta comunión entre dioses y hombres. Estos compartían con aquellos la copa de oro de la ambrosía, brebaje sagrado que proporciona la eterna juventud. Las antiguas leyendas germanas y escandinavas recrean la epopeya de los hombres-dioses y la creación del mundo, cuyo mito reencontramos en el núcleo de todas las grandes religiones.

 

 

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