Ignacio Ondargáin
NACIONALSOCIALISMO. Historia y Mitos
CAPÍTULO III
(Texto revisado
en diciembre de 2006)
EN BUSCA DEL ORIGEN PERDIDO
1- La caída de la humanidad
2- La Gran Guerra Cósmica
3- Los hiperbóreos
4- La corriente esotérica oculta
1- La
caída de la humanidad
Los mitos antiguos nos hablan de la existencia de seres y civilizaciones superiores y fantásticas. En ellos
hallamos la fuente principal de los diversos esoterismos, los cuales se hallan generalmente asociados a sucesivas caídas de
la Humanidad. Las tradiciones relativas a la existencia de una raza primigenia superior, igual a los dioses o hija de los
dioses, existen y se encuentran a cada paso en las numerosas cosmogonías. Estas tradiciones relatan un cataclismo planetario
y un diluvio que aniquiló totalmente las civilizaciones terrestres hace unos 12.000 años, coincidiendo con el fin del último
periodo glacial.
Existe un conocimiento
esotérico que guarda la memoria de etapas civilizatorias antiguas y de civilizaciones ya perdidas y olvidadas en las nieblas
del pasado. En un tiempo remoto habríamos conocido tres ciclos sucesivos (aire, tierra, agua), y el último sería el ciclo
del agua, o del diluvio, recuerdo catastrófico registrado tanto en los libros tibetanos como en los escritos Vedas o en la biblia judía. La idea de periódicas destrucciones apocalípticas
rellena las lagunas de la historia, al mismo tiempo que explica el sentido de la Creación en un eterno devenir.
Existen diversas teorías que tratan de explicar la historia y la esencia del mundo en que vivimos. La variedad
de matices que han desarrollado las religiones humanas es interminable, por lo que nosotros las hemos resumido en dos corrientes
raíz:
1-
La primera corriente
entiende que el “Dios Creador” del mundo y de la materia es un dios “bueno”. En este marco hallamos
el judaísmo y sus diversas derivaciones según el cual el hombre sería un ser culpable e ingrato sometido a un proceso de purificación
consecuencia del pecado de desobediencia al “Altísimo”. En esta misma argumentación, en la creencia de una Creación
que tiende hacia la “perfección” en el regreso junto al Dios Creador, encontramos la teoría del “evolucionismo
espiritual”. Este, a semejanza de la teoría científica materialista de la evolución, situa a todos los seres vivos desde
la célula más elemental hasta el hombre, en un proceso de evolución hacia la perfección dentro del Plan Universal de la Creación.
La consecuencia de esta teoría del mundo es que al ser Dios bueno y Creador, al mismo tiempo, de la materia, ésta no puede
ser otra cosa que esencialmente buena. Por este motivo, sobre esta argumentación, toda interrogación suplementaria parece
superflua. Esta concepción ha conseguido satisfacer a las masas; sin embargo, nunca ha recogido los sufragios de la minoría
(los menos), pues no esclarece el sentido de la lucha por la vida.
2-
Por otra parte encontramos
la cosmogonía dualista, la cual entiende que tanto si se trata del combate entre el bien y el mal, el fuego y el hielo, la
luz y las tinieblas, el hombre está en conflicto con un mundo que debe “transmutar”,
si quiere cumplir plenamente su destino. Frente al monismo espiritual, se levanta, siempre combatida y siempre renaciente,
la cosmogonía dualista, llena de energía, que ve la vida como una lucha incesante entre diversos elementos. Estamos en un
mundo que no es fijo, estático, sino más bien inestable, en pleno cambio. El combate del hombre en este mundo se ha de fundamentar,
según el dualismo, en la conquista de la divinidad. Según esta visión del mundo, nuestros remotos antepasados, aquellos de
los que heredamos la conciencia y las facultades superiores, no son seres creados del barro y animados por el aliento de Jehová
(Creador del mundo), sino que son seres “extraterrestres”, venidos de otros planetas o de otros mundos.
2- El dualismo
y el "eterno retorno"
Las grandes religiones
de masas tratan de ganarse el favor de los seres humanos e intentan, con mayor o menor habilidad, dar una respuesta coherente
a la inquietud fundamental sobre el Origen y el Final.
El verdadero esoterismo es el que permite alcanzar a conocer más allá de lo común en el camino hacia la divinidad.
Tratando de preservar el verdadero conocimiento, las antiguas leyendas germánicas, así como las sagas nórdicas, al igual que
los vedas hindúes, enseñan, a través de una mitología que en ocasiones nos parece enrevesada, el camino hacia los dioses.
Los primeros persas
conocieron, con la religión mazdeísta de la luz, el dualismo cósmico. Al provenir los germanos de la misma raza indoeuropea
que los persas de origen, los puntos de convergencia entre ambas creencias no deben sorprendernos. Así, el dualismo luz-tinieblas,
y el culto del astro solar, eje del sistema religioso, son otros tantos símbolos comunes a los germanos de Tácito y a los
persas de Zoroastro (Zaratustra). Sabiendo esto, no resulta sorprendente que Nietzsche, el filósofo alemán de la renovación y de la voluntad de poder, se haya
abrevado en las fuentes de la tradición irania para la inspiración poética de su “Zaratustra”.
En el siglo X,
en Islandia, hallamos la mitología escandinava de los Edda, transcrita por el monje Sigfusson. El origen de esta mitología
se halla seguramente a una época infinitamente anterior al siglo X y revela una concepción del mundo que anuncia, tras el
reinado espléndido de los dioses, el no menos famoso Crepúsculo de los dioses, seres caídos que intentan en vano, ante el asalto de las fuerzas tenebrosas, reconquistar
su trono en medio de la confusión resultante del caos de los pueblos. Pero el ciclo debe llegar a su fin, y, después de una
lucha épica, los dioses serán vencidos, arrastrando al mundo en su caída, hasta que una nueva aurora vea brotar, de una tierra
purificada, la luz y “el signo de justicia”. He aquí un tema que vamos a encontrar otra vez en las enseñanzas
de Zoroastro, el gran profeta del mazdeísmo y padre espiritual de una religión
que buscaba andar de nuevo los hilos del conocimiento perdido; nos referimos a la gnosis.
3- Los hiperbóreos
En contraposición
a las ideas evolucionistas, la gran tradición aria nos habla de un mundo sometido a procesos involutivos y de “Paraísos
peridos”. El hombre en este mundo no evolucionaría hacia la perfección, sino que involucionaría o descendería desde
naturalezas superiores o divinas hasta la situación actual en la que nos encontramos. Esto se explica en la historia de las
sucesivas razas de oro, plata, bronce y hierro a las que se refiere Hesiodo y la tradición aria de la India.
La mera evolución
natural en este mundo no alcanzaría mayor perfección ni mayor desarrollo de capacidades superiores, sino únicamente adaptación
al medio. El mundo actual no permitiría crear seres superiores, pues su misma naturaleza se hallaría corrompida.
A este respecto,
Miguel Serrano afirma en el libro “Nos. Libro de la resurección”: “No hay en el Universo
más que una Historia, una Civilización, una Guerra: la de los Dioses Blancos. Todo lo demás es involución de su Edad Dorada.
Tú y yo involucionamos de los Dioses Blancos. Quetzalcóatl, Konticsi Huirakocha (Viracocha) eran Dioses Blancos; como Wotan,
Orfeo, Apolo, Siva, Abraxas, Thor y Lucifer. Los otros, los seres disminuidos que hoy habitan las superficies martirizadas,
son los esclavos supervivientes de la Atlántida, de la Lemuria, los “hombre-robots”, los hombres-hormigas, los
animales-hombre, que produjeron el cataclismo y que lo repetirán con su rebelión y su ignorante soberbia. Son los “elementalwesen”
contra los cuales librará su última batalla la Wildes Heer, la Horda Furiosa de los Héroes de Parsifal, de Odín, de Quetzalcóatl.”
En el origen de
los tiempos, los Dioses Blancos llegaron hasta este mundo desde “otros mundos”, otros universos, otras realidades.
La predicción del Wala, al comienzo del Edda
islandés nos habla de “los gigantes nacidos con el alba de los días, estos gigantes
que me enseñaban en otro tiempo la sabiduría”. En las antiguas leyendas, los gigantes son descritos como una “raza roja”, es decir, de cabellos rojos, ya que se vuelve a hablar de
cabezas rojas. La gigantomaquia describe así los gigantes anteriores al diluvio: atlantes, titanes, cíclopes u hombres de
cabellos bronceados. Es preciso admitir que la noción de rojo ha estado siempre ligada, a través de toda la antigüedad, a
las razas nórdicas y célticas, es decir, del Atlántico Norte. En los frescos tibetanos que muestran “los cuatro reyes de las cuatro direcciones del espacio”, el Oeste está representado por una figura roja
que tiene en sus manos una especie de pequeño monumento funerario.
Conocido es que
el nacionalsocialismo tiene por meta recrear y recuperar “la raza perdida”. En esta tarea nunca ha dejado a la mecánica del mundo la evolución o selección
sino que ha desarrollado siempre un proceso de recuperación dirigido con una finalidad específica. Se trata de purificar la
raza de tal forma que sean extirpados los “aspectos demoníacos que dieron lugar
al diluvio”. Un proceso alquímico de purificación, no una evolución adaptada a los patrones de este mundo. El objetivo
es recrear una raza que por un lado sea vigorosa y sana y que por otro lado sea de raza pura o divina, autoconsciente, de
mente clara e inteligente. La finalidad última está en conseguir un ser capaz de recuperar las capacidades superiores o divinas.
Sólo una raza sana y vigorosa, pero además de consciencia poderosa y mente clara, despierta e inteligente puede llegar a alcanzar
un día el dominio total de sí misma (la libertad) y despertar el poder espiritual.
Tal vez los antiguos
griegos consiguieran percibir atisbos de la gloria de esos seres en sus dioses, sus estátuas marmóreas y su ideal de perfección.
En algunos individuos y razas actuales podríamos hallar retazos de ese ser superior, aunque ya mezclado, involucionado, decaído,
ofuscado y torpe.
Platón propone una educación sana y armoniosa,
destacando la importancia de la gimnasia (cuerpo vigoroso), así como de la música, y señalando además la necesidad de la condición
racial. Mediante diversas prácticas esotéricas y la práctica del sexo sagrado, los iniciados en los misterios de la antigüedad,
buscaban encarnar en la raza espíritus superiores.
Dos son los condicionantes principales en la cuestión racial. Por un lado el vigor físico y la salud del
cuerpo y por otro lado, la pureza racial o espiritual. Por la pérdida de la pureza racial, el que fuera hiperbóreo involucionó
hacia la animalidad, perdiendo la espiritualidad pura, cayendo en la rueda del “samsara”, siendo desde entonces
azotado por los males y miserias del mundo, la enfermedad, el vicio, la muerte, la animalidad, en definitiva.
Históricamente
han habido diferentes manifestaciones de la espiritualidad aria, momentos en los cuales el vigor del espíritu ario ha prevalecido
sobre el principio del caos y la confusión del mundo. En líneas generales, toda civilización es creación, en origen, del genio
ario, desde la más antigua hasta la actualidad. Naciones que en la actualidad no son arias, habrían sido arias en un principio
(al menos en sus clases dirigentes) y otras naciones no arias habrían conseguido civilizarse gracias a su convivencia con
arios.
Prometeo, en la mitología griega, roba el “fuego
de los dioses” para entregárselo a los mortales. Parece estar refiriéndose este suceso a un acto en el que la sangre
(o fuego) aria (o dioses) pasa a encarnar en algunos hombres, de tal forma que desde entonces una nueva raza de hombres participará
de las capacidades y el conocimiento divino. En ese momento se produjo una quiebra o crisis en el mundo y Zeus (dios de dioses), encadenó a Prometeo en una roca de las montañas
del Cáucaso haciendo que un águila devorara su hígado que le volvía a crecer una y otra vez para ser nuevamente devorado.
La biblia judía
se refiere al mismo tema cuando nos habla de los “nephelin” que engendraron hijos en mujeres de la tierra para
crear una raza de gigantes, “héroes famosos de la antigüedad”. También
el demiurgo Jehová condena a Adán y Eva y los expulsa del Paraíso impidiéndoles
que coman del árbol de la vida “no sea que coman de él y vengan a ser como uno
de nosotros”.
Las razas sujetas
a la rueda del “samsara” o del mundo procederían exclusivamente del proceso conocido como “evolución”
o adaptación al medio, siendo manifestaciones demiúrgicas, esto es evolución del animal.
La raza aria, en
su origen, manifestaría la espiritualidad pura o divina. Este tesoro prometeico es el fuego o sangre de los dioses encarnado
en el hombre. La alquimia racial nacionalsocialista busca la recreación del ario, extirpando los “aspectos demoníacos”
mediante la purificación racial.
Si tratáramos de
hacer una síntesis de los escritos antiguos, podríamos llegar a la conclusión de que una raza de “dioses” se mezcló
con mujeres mortales, dando lugar a una raza de héroes o semidivinos. Prometeo
es el equivalente de Lucifer, o tal vez sea el mismo, y ambos habrían desafiado
a una divinidad celosa de su creación y temerosa de la emancipación o liberación del hombre. De la “unión de los dioses con las mujeres terrestres” nació una raza de héroes que habrían de luchar por
conquistar la inmortalidad en duras batallas. Finalmente el mismo Hércules liberará
a Prometeo de la roca del Cáucaso y será Quirón
quien le entregue su inmortalidad.
Mitos, leyendas
antiguas, dioses y semidioses y siempre la lucha épica por conquistar la inmortalidad. Pareciera que hablara de nosotros mismos,
hombres divididos entre dos naturalezas contrapuestas y sin embargo que vienen a complementarse al final de todo.
Muchos han buscado
a los hiperbóreos, la raza divina vestida por trajes de aire, allá en la Patria Nórdica Polar donde los hombres dioses celebran
sus fiestas. Pitheas de Marsella,
navegante del siglo III antes de Cristo, llegó hasta Islandia buscando Thule. Es una nostalgia y un recuerdo de ese Paraíso
que llama a los peregrinos por la “memoria de la sangre”, la sangre de los ancestros hiperbóreos.
Los dioses estuvieron
el la tierra y de su pasado dejaron recuerdos y señales por todo el planeta, por todos los continentes. Restos de edificaciones
ciclópeas que jamás pudieran haber sido construidas por hombres miserables que nisiquiera conocían ¡el sencillo mecanismo
de la rueda o de la polea!.
Hubo otra civilización anterior a la actual, una civilización que abarcaba todo el planeta y
que no se limitaba a este planeta. Esta civilización era diferente en todos los sentidos al mundo actual y tenía unos principios
y unas realizaciones que nada tienen que ver con lo que hoy día conocemos. Entonces existieron dos humanidades. Una humanidad
era la que hemos identificado como hiperbórea y el resto era la raza proviniente de la evolución del animal-hombre. Los hiperbóreos
dominaron el arte de la civilización y establecieron diversas colonias por todo
el mundo. Su capital era Thule y se hallaba en el extremo Septentrión. Platón los
denominó Atlantes, de “A-tlan-te”, “tlan”, “tulan”, “thule”. La Atlántida
se hundió en una sola noche y Platón nos indica que su causa fue la decadencia
racial y el mestizaje, cuando finalmente la componente divina de los atlantes se agotó pasando a predominar la componente
animal.
4- La corriente esotérica oculta
Toda la ritualidad del Tercer Reich proviene de las corrientes
esotéricas de Europa perdidas en el olvido del pasado. Estas corrientes han determinado prácticamente toda la ritualidad protocolar,
los símbolos y hasta la arquitectura del Tercer Reich alemán. Así encontramos
multitud de signos esotéricos como:
-el saludo “Heil” (de la runa de la victoria);
-los uniformes negros;
-la Cruz Gamada o Esvástica;
-el Gralsburg (Castillo del Gral o Grial) de Hitler;
-las expediciones nacionalsocialistas a Asia en busca de reinos perdidos;
-la Orden de Thule, origen del NSDAP (Partido Nazi);
-la pertenencia e iniciación secreta de Rudolph Hess;
-la influencia del sabio Hans Hörbigger y la doctrina de “La
lucha eterna del fuego y del hielo”;
-la mitología de Wagner;
-las analogías con las órdenes teutonas, maniqueos, gnósticos, cátaros… etc.
Puede decirse que el fenómeno nacionalsocialista fue el cruce súbito entre antiguas y viejas tradiciones
esotéricas y pagano-hiperbóricas. El mismo Adolf Hitler se circunscribe desde
su propio nacimiento a una serie de sucesos de orden esotérico y hermético. Nace en un mes de Venus, en abril de 1889, día
20, a las 6 y media de la tarde, en Braunau, en la frontera austro-alemana, lugar
famoso por ser una localidad poblada entonces por una gran cantidad de mediums y espiritistas reconocidos, como los hermanos
Schneider.
La Leyenda Venusina nos dice que “antes que todo existiera,
en el cielo se enfrentaron las fuerzas del Príncipe Lucifer contra las del impostor
Jehová en una contienda cósmica. Lucifer
será desde entonces el “ángel caído”, refugiándose en el polo norte, que hoy es el polo sur o antártico por la
inversión de la tierra en tiempos remotos. Ahí vivirá “atrapado” en el Mundo Interior, en el “infierno”
y con él marcharán sus leales huestes y desencadenará una recurrencia cósmica que se repetirá en las rondas del Eterno Retorno
hasta que vuelva a recuperar el trono que por su naturaleza le pertenece, expulsando al Impostor. Desde la extraordinaria
guerra del libro Maharbarata hindú, hasta la Segunda Guerra Mundial, los ecos de esta guerra primigenia se repiten en la historia,
en donde las fuerzas impostoras triunfan momentáneamente, convirtiendo ante el mundo a los leales en seres oscuros y condenándolos
a las sombras; haciéndolos “demonios”, llevándolos al mismo tormento de Wotan
en Iggdrasil o Irmisul, la Encina
Dorada, el “Árbol del Espanto” de los Sternsteine, destruido por Carlomagno”.
Desde entonces, muchas sectas aparecerán en la espiral desatada por esta contienda cósmica: agrupaciones
esotéricas y portadoras de “conocimientos no conocidos”. Entre ellas, la tradición maniqueísta habla de la lucha
entre el Bien (la luz: la consciencia)
y el Mal (las tinieblas: la consciencia
sometida a la materia informe y a la continua perturbación y esclavitud de los instintos animales y los sentidos). Tras la
guerra, los hombres primitivos sucumbieron a las tinieblas, quedando apresados en ellas, dando lugar al hombre actual. Este
hombre, es víctima de sus propios vicios y degeneraciones, los cuales, a la vez que le atraen ansiosamente, le subyugan, esclavizan
y le encadenan en el sufrimiento, la ignorancia, y una cada vez mayor degeneración físico-mental y espiritual. Este ser sólo
puede ser liberado por la iniciación y el conocimiento.